“No
hay que llegar pronto y solo, sino con todos y a tiempo”. O para decirlo al
estilo vernáculo de José Alfredo Jiménez: “Después me dijo un arriero que no
hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.
En
1789 el pueblo enfurecido y hambriento de París asaltó La Bastilla y derrocó la
monarquía absolutista. Proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano. Sobre la base necesaria de los Derechos del Hombre definió los
Derechos del Ciudadano.
Ahí
se proclamaron también los grandes valores republicanos: Libertad, Igualdad,
Fraternidad. Como tres personas divinas de un solo ideal verdadero: la
Justicia.
Cien
años después, en estas tierras, un ilustre mexicano, Justo Sierra, Ministro de
Educación y de Justicia del régimen de Porfirio Díaz, se enfrenta a la Cámara de Diputados del
Congreso de la Unión: a la representación nacional del poder legalmente
constituido.
Les
dice: “Pues si hay cuatro quintas partes de mexicanos que son parias, señores,
esto quiere decir que hay cuatro quintas partes de mexicanos que no tienen
derechos: quiere decir que una gran masa de la población mexicana no ha
encontrado justicia todavía”.
Y
citando, como él dice, al predicador de la montaña, lanza aquella frase: “el
pueblo mexicano tiene hambre y sed de justicia”.
En
la más lúcida autocrítica, está Justo Sierra reconociendo que la Independencia
Trigarante desvinculó estas tierras de la monarquía española; pero no
desmanteló el régimen colonial fundado en una estructura agraria arcaica e
injusta, cuasi-feudal, que rezagó nuestro proceso nacional por más de 100 años.
Hubo independencia, pero no hubo desconquista.
Ante
el profundo malestar de la Nación, y la toma de conciencia de una minoría lúcida
de clase media por esa República del 20 por ciento, donde las cuatro quintas
partes, 12 millones de los 15 que
entonces tenía la Nación al empezar el siglo XX, los peones, que no podían
decidir ni de su propia vida, amarrados como estaban por la deuda transmitida
de padres a hijos: en ese caso alguien en otro nivel quiso camuflar el malestar
rebelde con el ideal meramente político de la No Reelección. Como si ese fuera
el verdadero problema del país, y en eso estuviera la solución de la aberración
nacional.
Francisco
I. Madero, triunfante y aclamado por el pueblo, cometió dos grandes errores. El
primero fue licenciar a los contingentes revolucionarios y quedarse con la
vieja estructura del ejército profesional porfiriano.
El
segundo, ingenuo, fue pretender cobrar derechos sobre la riqueza líquida del
subsuelo propiedad de la Nación: 3 centavos por cada barril de petróleo. El
comandante del ejército profesional, legalmente constituido, fue llamado a la
Embajada; y Madero fue asesinado.
Ahí
comienza, entonces, la verdadera Revolución. Ahí se ahonda la desconquista. Ahí
explota, revienta el régimen agrario colonial. Hay que desmantelar el
latifundio arcaico e improductivo. Sobre
todo, hay que liberar al peón de su opresión. El doble lema: Tierra y Libertad.
En
el nuevo contrato social del siglo XX hay que ir más allá de la mera estructura
política del gobierno republicano, además de incorporar y actualizar las
garantías individuales de la Reforma del XlX; incorporando por primera vez en
la historia los derechos laborales. Dicho de otro modo: hay que plasmar en el
nuevo Texto Rector los derechos del hombre en la base que fundamente los
derechos del ciudadano.
Una
frase acabará resumiendo la nueva filosofía de la convivencia nacional: “la
Nación tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad privada las
modalidades que dicte el interés público”.
El
proceso de inclusión nacional tuvo importantes avances durante tres cuartos de
siglo a partir del nuevo pacto social: en la escolaridad, en la preservación de
la vida infantil, en la nutrición, en la producción agropecuaria e industrial, en
las comunicaciones, en la seguridad social, en la formación profesional; en el
rescate del petróleo nacional.
También
en la participación política. Antes incluso de la conclusión del nuevo Pacto
Social, en 1914 (y para efectos del propio Congreso Constituyente)se estableció
la ciudadanía universal y la elección directa: de los varones; y 40 años
después el de las mujeres. Campesinos analfabetas sabían lo que querían para
sus hijos; y votaron.
Para
1977 era claro que la creciente pluralidad política no cabía ya en un solo
partido: fue necesario propiciar el pluripartidismo. Hoy tenemos ayuntamientos
plurales.
La
sombra de una República del 20 por ciento
todavía nos obscurece ominosa. Hay que convencer a las 4 quintas partes
que vender su voto es traicionar a sus hijos y a sus nietos. Hay que propiciar
que asuman la primera y fundamental participación ciudadana.
Los
datos oficiales, los del gobierno, nos indican que en estos decenios el proceso
de inclusión social desencadenado con el Pacto Social de 1917, no sólo se ha
estancado en factores fundamentales como la autonomía económica dentro de la
inevitable globalidad; como la matrícula universitaria y media superior; como la
seguridad alimentaria; como la reducción de la mortalidad infantil; como la
cobertura de la seguridad en salud; y sobre todo, en la remuneración al factor
trabajo del 99 por ciento.
Desde
1982 estamos yendo para atrás. Si de las 4 quintas partes de mexicanos
marginados, la proporción se había reducido a 2 quintas partes en 1980, hoy son
las cifras del propio gobierno las que nos dicen que la exclusión de la vida
productiva y social alcanza ya a más de la mitad de la población. No podemos
soñar en tener hogares integrados mientras los números nos digan que el poder
adquisitivo del salario mínimo oficial sólo cubre hoy el 20 por ciento del que
tenía en el lejano 1976.
Ahora
en Jalisco: en la vanguardia democrática de este movimiento que crece en la
toma de conciencia, no podemos olvidar que “no hay que llegar pronto y solos,
sino con todos y a tiempo.”
Vamos
a seguir luchando por lograr todas las formas de la participación política
ciudadana: por la iniciativa popular, por la transparencia y por la rendición
de cuentas, por el referéndum, por el derecho de los ciudadanos soberanos a
revocar su mandato. La participación ciudadana activa será la garantía de la
justicia social.
Pero
tendrá que ser sobre la base de la dignidad humana de las 4 quintas partes: no
más seres humanos viviendo bajo cero, en la zozobra de un asentamiento
irregular, sin agua y drenaje, o escuela
realmente gratuita, sin alumbrado que garantice el mínimo de seguridad a sus
mujeres.
P.D.
Margarita: Tu ilustre abuelo estaría orgulloso de ti.