Para Milenio
Esteban Garaiz
07 de abril 2020
Desde que el primer homínido tomó una
piedra o un palo para golpear a su presa y así sobrevivir él y mantener a su
prole: ahí empezó la economía, ahí empezó el PIB, ahí empezó la civilización,
con el esfuerzo, con el trabajo, instrumento, sin capital, capitalizando.
El primer capital: la primera hacha prelabrada, el primer
fuego con chispa provocada, el primer refugio construido, vino del esfuerzo
humano, del trabajo, sin inversión financiera.
Cronológicamente, por elemental lógica: primero fue el
trabajo; de ahí derivó el capital. No al revés. Nos quieren hacer creer que sin
inversión (en pocas manos) no hay desarrollo. La lógica patas parriba.
El PIB, hoy por hoy, no mide la capitalización humana. No
tiene cifras. “Los números hablan” pero no tienen cifras. Se espantarían si las
tuvieran. El tema se ve como secundario: es un asunto: “social”, no económico.
Yo tengo otros datos.
Todos los días por tres meses las exploradoras nos han
machacado que el PIB mexicano perdió una milésima (una décima de punto porcentual)
en 2019: “la patria se hunde”. No midieron, porque no saben cómo, el avance en
el capital humano en ese mismo año. Que la capacitación mejora la
productividad. Porque no conciben que ahí está el motor de la economía: en el
productor.
Tampoco entienden que el móvil del crecimiento económico está
en la demanda efectiva: con capacidad de compra.
El taquero aparece donde hay tragones… con dinero para comer.
El taquero capitalizó (o se endeudó con alguien que le financió) el carrito, la
canasta y la producción del día; detrás está el trabajo de la taquera.
En este mundo matraca quizá hasta “rentó” la esquina al pie
del edificio de empleados tragones con los pesos para comer (en la calle: como
buenos mexicanos).
La pandemia está poniendo a las bolsas de valores a temblar.
El PIB, aquí y allá y acullá, va a tener sus fuertes altibajos. Al menos en los
números. Con talento público habrá empleos: acuérdense del New Deal de F.D.
Roosevelt 1933.
En 1960 circulaban en Europa 41 mil 800 millones de dólares en
billetes verdes: los eurodólares del Plan Marshall. En Fort Knox había respaldo
en oro por escasos 11 mil millones.
Eso después de que Milton Friedman en Bretton Woods, New
Hampshire, 1944 (todavía no concluía la Segunda Guerra Mundial) se había confrontado
al británico John Maynard Keynes, y logró imponer el acuerdo internacional de
que la moneda de intercambio global fuera el dólar, garantizando que en la
Reserva de Fort Knox se mantendría el respaldo en oro: a razón de 35 dólares
por cada onza troy del metal.
Los países de Europa Occidental, con un enorme esfuerzo de
reconstrucción (y con los billetes prestados) se habían recuperado rápidamente;
a punto de que los alemanes necesitaban francos y los franceses requerían
marcos, no dólares.
El General Charles De Gaulle, presidente francés, requirió el
oro a cambio de los bilimbiques verdes que ya le sobraban; y Friedman se
resistía.
En 1971, ya muerto De Gaulle, Milton Friedman se pronunció
“urbi et orbi”: “El mundo debe saber que un dólar vale un dólar”.
Moraleja: todo a su tiempo; no parece necesario temblar por
las finanzas.