Para Milenio
Esteban Garaiz
26 de mayo de 2020
La ecología no es una religión. Ni una moda. La ecología es
una ciencia: la ciencia de nuestro hogar común: “oikos”. De la ciencia deriva la prudencia: actuar en bien de
todos.
Agua y sol son el origen de la vida en el planeta: desde su
formación hace millones y millones de años.
Las corrientes marinas, los vientos, las lluvias, las
tormentas, las cascadas: todas son producto de la energía solar. El sol evapora
las aguas de los mares, derrama las lluvias sobre las montañas; de ahí
descienden las corrientes de los ríos por gravedad rumbo de nuevo al mar. Así
en su ciclo perenne: agua y sol.
Eso aprendimos en la secundaria. Eso es ciencia. La energía
ni se crea ni se destruye; sólo se transforma; se recicla.
La energía más limpia que hoy utilizamos: la hidroeléctrica
es sólo eso: sol y agua. Bueno, bonito y barato sería que todos los hogares de
México contaran con calentador solar. Además democratizaría a nivel familiar la
energía. Somos una nación privilegiada, dotada de manera abundante de agua y
sol; o sea: de vida.
Nuestro planeta ha tenido, por millones de años, eras de
calentamiento global y eras de glaciares, de manera alternada. Según la
ciencia, los homínidos evolucionaron en una era de calentamiento global; y la
humanidad se desarrolló a continuación, en una era glaciar.
Es de imaginar, hoy, que los siberianos o los canadienses, o
los lapones escandinavos no deben estar especialmente alarmados con el
calentamiento global por unos dos grados centígrados en los próximos decenios.
Incluso los hidrocarburos, y los carbones no son más que sol
fosilizado. Se suele distinguir el carbón vegetal: de madera, del carbón
mineral. Pues ocurre que el carbón mineral, igual que el petróleo, es también
de origen vegetal.
En la Era Terciaria, de gran calor, todo el planeta era una
selva verde y húmeda. Los grandes depósitos de materia verde caduca, con el
paso de los milenios y millones de años se fosilizaron y se transformaron en
hidrocarburos. También nuestra Nación es privilegiada en esos depósitos, que no
son más que materia vegetal fosilizada.
No es apropiado confundir hidrocarburos con combustión
contaminante. No todos en las nuevas generaciones caen en la cuenta de que su
vida está rodeada de productos útiles derivados del petróleo: desde los zapatos
tenis hasta la pantalla del celular; cientos de productos: medicamentos,
pinturas, fibras, manteles, ropa interior, solventes, juguetes, platos y toda
clase de plásticos.
Las reservas de hidrocarburos del subsuelo no son renovables
(en los próximos millones de años). La transformación del parque vehicular
movido por combustión interna debe acelerarse. Pero no va a ocurrir de
inmediato de manera voluntarista. Llevará al menos dos decenios remplazar 20
millones (en México) de vehículos con una vida útil de 10 años en promedio.
Prudencia nacional será no seguir exportando nuestras
limitadas reservas de crudo; e importando gasolina, cuando con una
reconfiguración económica de las seis refinerías se puede atender la demanda
coyuntural de combustible: como se hizo, con calidad y precio razonable durante
50 años, sin incertidumbres ni altibajos.
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