Para Milenio
Esteban Garaiz
21 de enero 2020
Cuando en 1903 el Congreso de Colombia se negó a ceder el “control perpetuo” del estrecho de Panamá a los Estados Unidos para construir el canal, entonces “los panameños” en fervor independiente proclamaron su separación de Colombia; y “casualmente” había frente a la costa un buque de la armada de los Estados Unidos de América con plenos poderes para firmar un pacto de mutua defensa con los alzados, para protegerlos de los represores colombianos.
Hoy resulta que “los” indígenas del Istmo de Tehuantepec se oponen,
según algunas notas de prensa, a la construcción de una vía de ferrocarril que
ya está construida hace 100 años.
Ahora que, con la modalidad reciente por la que prácticamente
todo el transporte mundial de carga se lleva a cabo en contenedores: en barco,
ferrocarril, carreteras, incluso en avión.
Así hoy se puede colocar de costa a costa: del puerto de
Salina Cruz en el Pacífico al de Coatzacoalcos en el Golfo, cualquier
contenedor en menos de 5 horas, por ferrocarril.
En la actual coyuntura el ferrocarril del Istmo de
Tehuantepec, de carga y de pasajeros, resulta ser una eficaz alternativa al
Canal de Panamá; y sin cruce de barcos mediante esclusas que suben y bajan para
cruzar en varios días.
No puede caber la menor duda de que la rapacidad imperial
está al acecho. La ingenuidad aquí no es perdonable. Ni pintada de los derechos
de los pueblos
La población del Istmo de Tehuantepec tiene una larga y
arraigada cultura propia y civilización milenaria. Ahí: en la equis de México,
surgió uno de los 6 focos civilizatorios del planeta; y el único de
Norteamérica: la que hoy llamamos civilización olmeca, por haber surgido en la
tierra del hule.
En ese asombroso conglomerado humano se desarrolló, y gravó
en piedra, la numeración vigesimal y el concepto y representación matemática del
cero: 2 mil años antes de que el uso del cero llegara a Europa en el año 1300
de la era cristiana, a través de la Córdoba morisca, junto con la numeración
árabe.
Por supuesto que la revitalización del ferrocarril debe ser
consultada con las comunidades originarias (existentes antes de la formación de
la Nación mexicana) establecidas milenariamente en el Istmo. Es obligación
republicana y deuda histórica. Está, además, ahora establecido en el artículo 5
de la Ley del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas.
Por cierto (y esto
debe ser dicho con todo respeto, porque la verdad debe prevalecer) la situación
social, económica y cultural de las comunidades originarias del Istmo es
radicalmente diferente de las históricamente explotadas y marginadas de los
Altos de Chiapas.
En todas las tierras llanas del Sureste, hasta Belice y la
Costa del Mar Caribe, las comunidades ancestrales son bilingües, integradas
(con su propia modalidad) a la vida nacional. Saben lo que quieren para ellas y
para sus hijos. Quieren agua doméstica, drenaje, escuelas de nivel superior,
hospitales con medicamentos, parques, oportunidades de empleo. No puede caber
duda del resultado de la consulta.