Esteban Garaiz
Milenio
15 oct 2019
¿Qué provoca más muertes de seres humanos: las balas o la
adicción a las drogas? Así de crudo y descarnado tiene que ser el análisis para
llegar a una decisión pública sobre este tormentoso asunto que a todos, sin
excepción nos afecta.
La prohibición ¿Ha servido o ha empeorado la vida en común?
Bolsas y más bolsas de cadáveres en los baldíos de los
suburbios; morgues y espacios forenses saturados y rebasados. Mientras miles de
familias reclaman por sus desaparecidos. Sospechas fundadas de las
complicidades por parte de los mismos encargados del combate. Guerra perdida y
sin menor viso de remedio en el horizonte.
El único antecedente que viene a la memoria como
relativamente aplicable al caso es el de la prohibición de bebidas alcohólicas
en Estados Unidos en la década de 1920. Famosas se hicieron las ráfagas de
ametralladora en Chicago y las guerras entre bandas. No bajó la producción, ni
el consumo, ni el número de alcohólicos. El metanol de las malas destilaciones
causó más estragos a la salud de muchos bebedores.
El benemérito presidente Franklin Delano Roosevelt en 1933
levantó la prohibición. Ni más ni menos borrachos. Hoy compran botellas
etiquetadas, con marca registrada y garantía pública de que no contienen
metanol. Al Capone acabó sus días en la cárcel: por evasión fiscal.
Curiosamente, y de manera ejemplar, es una organización civil
de base: Alcohólicos Anónimos, AA, la que más contribuye a la salud, y al
bienestar de los enfermos. Benemérita y ejemplar.
El otro caso histórico, sólo indirectamente aplicable, es el
del acuerdo en Colombia entre las FARC y el gobierno nacional. Ha resultado un
estruendoso fracaso. Por dos razones.
La primera es que el tema central en la hermana Colombia NO
es el narcotráfico, por más que esté involucrado de raíz. Sino que el tema
central es el de la reforma agraria: porque Colombia arrastra el mismo grave
problema del régimen agrario de latifundios, al igual que todos los demás
países que fueron colonias de las dos potencias ibéricas; y no puede haber
genuinas repúblicas sobre latifundios y peonaje semifeudal. (Aquí
desmantelarlos costó más de un millón de muertos).
La segunda razón es que en una república sin reforma agraria
la democracia, muy formal, es oligarquía; y el senado colombiano está lleno de
senadores latifundistas. Que, naturalmente, están obstruyendo la aplicación de
los acuerdos firmados con las FARC.
Todos los días hay exguerrilleros en la vida civil que
aparecen asesinados; y todo el mundo en Colombia sabe que las fuerzas
paramilitares están más activas que nunca. Los campesinos sin tierra siguen sin
tierra. Ciudades bonitas en medio de un campo incendiado.
Ahora, Juan Manuel Santos, ex -presidente de Colombia y
Premio Nobel de la Paz 2016, nos dice juiciosamente: “México no debe nunca
perder la esperanza y, sobre todo, la perseverancia; los cárteles, por más
poderosos que sean, los vencimos en Colombia, los desarticulamos, pero el
negocio continuó y continuará mientras tengamos esa palabra que se llama
prohibición, que es la que genera esas utilidades con las que las mafias
financian la violencia”.