Iosef Bar David, el artesano carpintero galileo, una vez cumplido el mandato del Imperio Romano del censo en la provincia de Judea bajo el poder de Herodes, recibió un aviso del Cielo: “Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto; y permanece ahí hasta que yo te diga; porque Herodes buscará al niño para matarlo”.
José con María y el niño recién nacido, emprendió una ruta ampliamente conocida por muchos antes, por la zona norteña de la Península del Sinaí, hacia el Delta del Nilo: la tierra de Golán, ocupada desde 1600 años antes por sucesivos migrantes de origen semita pastoril hacia las fértiles llanuras del norte de Egipto: los hicsos.
Huella habían dejado en el Estado egipcio y en los sucesivos gobiernos faraónicos los consejos de un joven esclavo de aquel mismo origen, y precisamente cuyo nombre llevaba el nuevo migrante: Iosef.
El esclavo le había dicho al faraón: “Guarden el quinto del trigo cosechado en los 7 años de abundancia; y esa provisión quedará en depósito para los 7 años de hambre”. Así marcó el sueño faraónico de las vacas flacas la rectoría del Estado egipcio. Así también quedó marcada la ruta del “egyptian dream” por el norte de la Península de Sinaí hasta Golán.
De algo deben haber servido al carpintero José para el viaje improvisado los regalos que había recibido el recién nacido de los tres Magos llegados de Oriente, es decir: de Mesopotamia (lo que ahora se llama Iraq); útiles le resultaron: el oro, el incienso y la mirra.
Aquellos hombres escudriñadores del firmamento y que en los astros habían leído que en aquel establo de Belén, cerquita de Jerusalén había nacido un niño especial. “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?”. Eso fue precisamente lo que alarmó a Herodes.
Mucho pesó en la vida del recién nacido, y aun en su muerte en el cadalso, el sobrenombre de rey; que él tuvo que negar, aclarando. “Entonces ¿tú eres rey?” le preguntó el pretor Pontius Pilatus. Contestó Jesús: “Mi reino no es de este mundo”.
No precisan los Evangelios cuánto tiempo vivió Jesús en Egipto durante su infancia y juventud como migrante. Sí sabemos, por fuentes históricas diversas, la gran influencia mutua entre la cultura egipcia y la de los pueblos semitas del oriente mediterráneo.
Dice el apóstol Mateo que, por medio del profeta, dijo Dios: “De Egipto llamé a mi hijo”. En efecto, muerto Herodes, nuevamente llegó a José el aviso celestial: “Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque ya han muerto los que procuraban la muerte del niño”. Pero temeroso de Arquelao se fue a vivir a Galilea, al norte de Judea.
Por eso, Iehoshúa Bar David era conocido como el Galileo. Después de ser bautizado por inmersión en el río Jordán, supo que su pariente Iohanes el Bautista había sido decapitado por Arquelao.
Las migraciones han nutrido y enriquecido a la Humanidad. Aquí, en nuestras comunidades tradicionales lo saben muy bien; en la celebración de sus posadas navideñas, llenas de fraternidad: “Entren santos peregrinos”.