martes, 19 de mayo de 2020

Los Idus de Marzo

Para Milenio

Esteban Garaiz

24 de marzo 2020

 

 

Para quienes aspiramos a que México algún día llegue a ser una nación próspera, justa, igualitaria y fraterna hay dos fechas de marzo que no pueden pasar sin conmemoración.

Ambas son dos hitos en ese largo, accidentado, proceso histórico de desconquista:  de liberarse gradualmente de las perversiones sociales que el régimen colonial dejó en la estructura misma de la emergente nación mexicana, y de las que no acabamos de desembarazarnos para sustentar la verdadera república con sus valores esenciales de libertad, igualdad y fraternidad.

Esas dos fechas, como todos los que fueron escolares saben, son: la Expropiación Petrolera el pasado día 18 y el Natalicio de Benito Juárez el 21.

La severa contingencia global de la pandemia ha sobrepuesto, como es lógico, lo urgente sobre ese pasado tan presente en nuestra convivencia nacional.

En efecto, se trata de un asunto “grave y prioritario” para la humanidad entera, de la que formamos parte; y requiere “respuesta global” porque, digan lo que digan los apasionados, lo grave de nuestra realidad no es lo que se llevaron los gachupines (que ahora se lo llevan las mineras canadienses en un mes).

Lo verdaderamente grave para edificar la república es lo que dejaron; y lo que dejaron es una sociedad terriblemente estratificada, explotadora, sustentada en un orden agrario para- feudal y de servidumbre peonal.

Ese orden agrario de latifundios, en manos de menos de uno por mil, duró 100 años más de la ficticia república (incluso con dos intentos de imperio) a partir de la tramposa Independencia de las Tres Garantías; Y costó más de un millón de muertos campesinos para demolerlo.

Debe decirse que ha habido incluso intentos, muy recientes, de querer promover ahora a Agustín de Iturbide como el “segundo Padre de la Patria”. Sólo eso nos faltaba.

Ya desde finales del mismo virreinato, el aristócrata alemán Alexander von Humboldt, asombrado por lo que observaba  como hombre ilustrado, dejó escrito en su Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España, 1811, y citando al obispo de Michoacán: “Los Españoles componen la décima parte de la masa total. Casi todas las propiedades y riquezas del reino están en sus manos. Los indios y las castas cultivan la tierra. Sirven a la gente acomodada, y sólo viven del trabajo de sus brazos”.

Continúa diciendo: “De ello resulta entre los indios y los blancos esta oposición de intereses, este odio recíproco que tan fácilmente nace entre los que lo poseen todo y los que nada tienen. Pero en América son todavía más espantosos porque no hay estado intermedio: es uno rico o miserable, noble o infame de derecho y de hecho. Efectivamente los indios y las castas están en la mayor humillación” (Edit Porrúa 1966).

Cita Humboldt también en su Ensayo, que la Iglesia Católica como institución integrante del poder civil colonial, poseía inmensas tierras “de manos muertas” que llegaban a ser hasta el 40 por ciento de la superficie cultivable.

Fue precisamente la generación de la Reforma, con Benito Juárez a la cabeza, la que no sólo eliminó el carácter obligatorio de la religión católica “sin tolerancia de ninguna otra”; sino que desmanteló el poder terrateniente de la iglesia.

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