Para Milenio
Esteban Garaiz
19 de noviembre 2019
En la guerra contra el narcotráfico, desde la “patriótica”
decisión de Felipe Calderón, y específicamente: en la cacería de narcos (para
que se renueven sus cuadros dirigentes) llevamos más de 276 mil homicidios a
balazos, con armas que se colaron por las fronteras, que descuidó el Ejército,
por órdenes superiores de su Comandante el titular único del Poder Ejecutivo
Federal, en línea vertical de mando, indiscutible e inobjetable.
Ahora el presidente Donald Trump, Ejecutivo del país vecino
del norte, que mantiene bases militares en más de 80 países soberanos del mundo
(y también en la isla de Cuba: Guantánamo) generosamente nos ofrece el apoyo
(se entiende que militar) en la guerra contra el narcotráfico.
No ofrece asesoría médica para reducir el problema de salud
que deriva de la adicción en México. Mucho menos ofrece trabajar en su país,
con sus pobladores, para reducir la creciente demanda de sus adictos, que
reclaman con ansia se les surta desde nuestro territorio nacional
No han aclarado sus sesudos asesores al señor Trump que hace
más de un año los ciudadanos mexicanos votamos mayoritariamente por un programa
de gobierno que proponía (y se propone) acabar con la guerra y atender las
adicciones por la vía humana de atención a la salud pública.
Al señor Trump, como se sabe, no le preocupa la salud pública
del pueblo mexicano (a decir verdad: tampoco le preocupa tratar humanamente a
los enfermos adictos de su propia nación).
Al señor Trump le interesa hacer la guerra: asestar “golpes
duros” al narcotráfico, gastar generosamente en armamento y en ocupación
militar, capturar capos (para que se renueven) y cobrar sus capitales.
Al cabo que se hicieron ricos con dinero de los adictos
norteamericanos.
El viejo y sabio principio romano de “cui prosit” (a quién
beneficia) deja claro que la masacre de la familia Le Baron sólo favorece a
quienes quieren guerrear en México.
Guerra, armas, soldados, “colaboración” militar es lo que
ofrece Donald Trump. No ofrece ayudar con la ciencia médica y con la ética del
juramento hipocrático a rescatar a los enfermos adictos a las drogas.
Lo doloroso es constatar que tiene quinta columna entre
algunos miembros (al menos, en retiro) de los cuadros militares, cuyo ánimo
sigue rezagado en las consignas de la Guerra Fría, decenios después de que
desapareció la “amenaza” soviética por la desintegración de la URSS en sus 16
repúblicas.
Ahí quedó la huella de los capacitados en Fort Gulick y en
Panamá, entrenados en la defensa del Continente Americano y de la democracia.
Una confidencia a toro muy pasado: allá por los años de 1988,
en que este pobre escribidor era invitado como conferenciante en el Colegio de
Defensa Nacional: el más alto nivel en la formación militar, en las discusiones
de análisis nacional (y del marco continental americano) ya se notaban
claramente las diferencias de criterio entre los cursantes (todos generales y almirantes):
los apodados “cardenistas” o “constitucionalistas” y del otro lado los llamados
“panamericanos”.
La lealtad al Supremo Comandante no estaba a discusión: en
línea vertical.