Para Milenio
Esteban Garaiz
29 octubre 2019
“Pido humildemente perdón no sólo por las ofensas cometidas
por la Iglesia misma, sino por los crímenes contra los pueblos originarios que
tuvieron lugar durante la conquista de América”.
Asombroso es lo que está ocurriendo: refundacional en la
bimilenaria Iglesia Católica Apostólica Romana en el marco de referencia del
Sínodo Panamazónico que se está desarrollando en Roma (en el Estado Vaticano)
entre 6 y el 27 de octubre.
No sólo por la trascendencia moral que tiene el “poseed la
tierra” frente a ese patrimonio común de la Humanidad entera que es la
Amazonia: la Panamazonia, con más de 8 millones de kilómetros cuadrados bajo la
soberanía de 9 estados nacionales.
A esta columna, siempre de agradecida libertad de expresión,
le corresponde poner la atención en otro aspecto del Sínodo Panamazónico: el
histórico. No para desempolvar antiguallas. Sino por todo lo contrario: por
meter el dedo en la llaga, aunque duela. Porque realismo es reconocer, y sobre
todo: asumir vivencialmente, que el pasado sigue aquí enclavado en nuestro
presente; es admitir que la república, la libertad, la igualdad y la
fraternidad son todavía ideales incumplidos, o en todo caso: inconclusos.
Dice Francisco: “¡Cuántas veces el don de Dios ha sido, no
ofrecido, sino impuesto! ¡Cuántas veces ha habido colonización en vez de
evangelización!”. Pero el Papa mira al futuro; no se queda en lo que pudo haber
sido y no fue, o en lo que no debió haber sido y sí fue. Francisco alerta:
“Dios nos preserve de los nuevos colonialismos”.
Porque sabe que hay mucha hipocresía y perversión de la
noción central de que la Amazonia es patrimonio común de toda la Humanidad y
debe ser preservada en beneficio y sobrevivencia de toda la especie humana. Sabe
que están al acecho rapacidades extraterritoriales.
El reconocer, o señalar desde fuera, “las ofensas cometidas
por la Iglesia misma”, o “por los crímenes contra los pueblos originarios que
tuvieron lugar durante la conquista de América”, no puede ser considerado por
nadie como una ofensa a sus convicciones religiosas.
Por lo contrario: se trata de corregir y enmendar, y de
reparar en lo posible, ese pasado que ahí está presente en sus consecuencias
actuales. Sobre toda en la ominosa anticristiana discriminación, a la luz de
todos, entre descendientes de los conquistados, o esclavizados contra toda
convicción moral, y los descendientes de los conquistadores, según su
apariencia física.
La Iglesia, asamblea de seres humanos, mató con la
Inquisición, con crueldad. Dio por buena, por siglos, la pena de muerte a los
delincuentes según la justicia civil. Conserva todavía un mandamiento
claramente machista: “No desearás la mujer de tu prójimo”. Excomulgó a Hidalgo
que abolió la esclavitud. En los Altos sacerdotes tuvieron esclavos
comprados. Hizo de Jacobo hijo de
Zebedeo, pobre pescador galileo, un Santiago Matamoros a caballo (que todavía
tiene imágenes en muchos templos, con la espada en alto, que sólo sirve para
matar).
Todo esto dicho con firmeza, sin el menor ánimo de ofender
las creencias de nadie. ¡Admiración al Papa Francisco! “El segundo- dijo Jesús-
es igual al primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo”.