Cuánta razón tiene el señor Cardenal: para ser buen ciudadano hay que emitir un voto informado y razonado y, para ello, hay que tener memoria histórica; y es muy difícil que haya democracia cuando no existe educación.
Dice don Juan Sandoval que para razonar el voto hace falta la memoria histórica; que no se puede desconocer que somos un pueblo desmemoriado que no sabe cuáles son las causas de las situaciones actuales que estamos viviendo, por la pobreza y la falta de oportunidades.
Afirma textualmente: “Si el pueblo no está educado, la democracia se vuelve casi imposible, porque aunque todos den su voto, se puede tratar de un voto en el vacío, un voto sin conocimiento de lo que debe hacer un gobernante o un voto manipulado. Entonces es muy importante la educación del pueblo y en ésta entra en memoria histórica”. Dice también: “Que estemos hundidos en la pobreza, que exista una pesada deuda, que haya caos social, crimen, corrupción, violencia, secuestro, narcotráfico, pues en cierta manera es fruto de la actuación de los gobernantes, no solamente actuales sino desde hace varias décadas”.
Se quedó corto el señor Cardenal. No basta con décadas. Quien quiera tener conciencia histórica en México tiene que remontarse al origen de nuestra Nación. La pobreza masiva y la terrible y anticristiana inequidad social, que es su verdadera causa, vienen del origen de nuestra Nación, vienen de la conquista. Fueron los conquistadores los que arrebataron a los naturales el único medio de producción entonces disponible: la tierra. No sólo les quitaron la tierra, los pusieron a trabajar de manera obligada para beneficio de los nuevos dueños. México arrastra una malformación congénita. Ahí debe estar la verdadera memoria histórica.
Pedro Celestino Negrete, el hombre que el 2 de junio de 1821 proclamó la independencia en Guadalajara, era un gachupín, miembro del ejército real español, perseguidor y asesino de insurgentes, los que postulaban, con José María Morelos, que “las leyes que dicte nuestro congreso moderen la opulencia y la indigencia y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto; que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales y sólo se distinga un mexicano de otro por el vicio y la virtud”.
Todo eso quedó frustrado con la independencia de las Tres Garantías; la independencia que llevaron a cabo Pedro Celestino Negrete y todos los demás cómplices de Agustín de Iturbide. Cien años más de los mismo: que todo cambie para que todo quede igual.
Porque, hablando de democracia, durante todo el siglo XIX fueron las balas y no los votos los que llevaron al poder en la nueva República. Con todo y que la ley dictaba el arribo pacífico al poder mediante elecciones indirectas con voto censitario, es decir que sólo los que tenían propiedades podían votar, con exclusión de los peones, que eran la gran mayoría de los mexicanos. México era una república sin ciudadanos, una república de mentiras.
Don Francisco I. Madero, el apóstol de la democracia mexicana, fue electo Presidente de la República en 1911 por la enorme cantidad de 19,997 votos, o sea menos del 2 por mil de los mexicanos adultos. Por las mismas fechas, en 1912, en los Estados Unidos de América votaron 15 millones de electores para elegir al Presidente Wilson. Esa es nuestra memoria histórica nacional.
En 1910 había en México 15 millones de habitantes; de ellos, 12 millones de analfabetos, sin servicio médico, sin zapatos, sin economía monetaria, porque se les “pagaba” en las grandes haciendas, no con dinero sino con cuartillos de maíz y fríjol, panocha y piezas de manta; amarrados a la tienda de raya de las grandes haciendas por la deuda transmitida de padres a hijos. El 98 por ciento de la tierra cultivable estaba en manos de 3,500 familias. Por supuesto, no había voto para los peones. Si subían a un tren, era para ser deportados al Valle Nacional. No hay que olvidar que el Programa del Partido Liberal en 1906 incluía “la liberación de los peones”, hace menos de 100 años.
La pobreza masiva de más de la mitad de los mexicanos de hoy, la terrible injusticia social que la causa, totalmente contraria a los principios del cristianismo, la espantosa corrupción que ahoga a la sociedad mexicana, igualmente anticristiana, la subconsciente discriminación que todavía hoy se ejerce con sólo mirar el rostro o la ropa, ya estaban ahí en nuestra raíz, antes de que naciera ninguno de nosotros los mexicanos actuales, y antes de que se fundara ninguno de los partidos políticos de hoy.
El voto razonado exige y reclama que los ciudadanos, todos los ciudadanos, elijamos a quienes nos convenzan, con su programa y con su sinceridad y honradez probada, de que combatirán con seriedad y eficacia esos males que arrastramos desde el principio de nuestra historia.
Que no nazcan más niños desnutridos y marginados; que no mueran en su primera infancia por males curables y por criminal descuido social; que puedan todos ir a una escuela de calidad que los ponga en igualdad de oportunidades; que encuentren un empleo digno y dignamente remunerado; que puedan vivir en un entorno decoroso y seguro; que no les roben en su vejez y retiro la pensión que fueron aportando a la economía nacional a lo largo de toda su vida de trabajo. Eso es lo que hay que reclamar y exigir a los que se ofrezcan a gobernarnos. Sí hay en México políticos honrados con vocación de poder y de servicio. Hay que saber dar con ellos. Sí existen.
Dice don Juan Sandoval que Dios repartió dones y vocaciones diferentes a sus hijos; no todos nacimos para lo mismo; no todos tenemos vocación para gobernar. Hay que buscar a los que nos convenzan con su sinceridad y su eficacia, para que escalen en responsabilidad pública a medida que lo vayan demostrando. Todos sí tenemos el derecho y el deber de darles el mandato; y esto se logra con un voto informado y razonado y después exigiendo rendición de cuentas del poder entregado. Esa es la verdadera democracia.
México es de los poquísimos países del mundo – quizá el único con la excepción de Japón y de Cuba – que logró en menos de 60 años pasar de un 85 por ciento de analfabetos a un 85 por ciento de alfabetizados. Pero, como bien dice el señor Cardenal, no basta saber leer y escribir; es necesario tener la real educación, información para poder razonar el voto. También la televisión puede ser un modo de compra del voto de los irreflexivos.
No nos hemos querido dar cuenta de la enorme importancia que tiene el Poder Legislativo Federal: los hombres y mujeres que elaboran las leyes que nos rigen a todos. En el 2003 sólo el 43 por ciento de los ciudadanos y ciudadanas consideró que valía la pena votar por ellos; y hoy se oyen por todos lados lamentaciones de su desempeño. No podemos tener cara para quejarnos de lo que nosotros hicimos por nuestro descuido. Es una responsabilidad cívica, y también moral, que entre todos elijamos a los mejores hombres y mujeres que nos representen, que integren la plural representación nacional que apruebe, como decía José María Morelos, las mejores leyes que moderen la opulencia y la indigencia, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto, leyes ante las que todos seamos iguales.
Acabo de comprar en el arzobispado un libro espléndido. Se llama”Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”. Contiene postulados con los que esencialmente coinciden los de todos los partidos políticos registrados en el IFE.
Por citar lo más notorios: los derechos de la persona humana y el respeto a su dignidad, los derechos de los pueblos y de las naciones, el principio del bienestar colectivo, el destino social de la propiedad privada, la opción preferencial por los pobres, la tutela complementaria y obligatoria de la sociedad y del Estado sobre los menores y los desvalidos, o sea la subsidiaridad, el principio de solidaridad y crecimiento común de los hombres, la familia como célula social, la dignidad del trabajo y el derecho al trabajo, los derechos de los trabajadores, la riqueza para ser compartida, la empresa para servicio del bienestar colectivo, la redistribución de la riqueza, el pueblo como titular de la soberanía y las elecciones libres, el derecho a la resistencia pacífica, el primado de la sociedad civil, la libertad de las comunidades religiosas y el Estado laico, el valor de los organismos internacionales, la lucha contra la pobreza y la cooperación para el desarrollo “por encima de la estrecha lógica del mercado”, el ambiente como bien colectivo y como responsabilidad común, la defensa de la paz.
Como se puede ver, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa a los mexicanos; y ahí está la prueba de que sí son posibles los grandes acuerdos nacionales. Así pues, todo esto debe ser exigido a todos los que aspiren a gobernarnos, o a representarnos en las cámaras que elaboran las leyes que nos van a obligar a todos.
Dice don Juan Sandoval que para razonar el voto hace falta la memoria histórica; que no se puede desconocer que somos un pueblo desmemoriado que no sabe cuáles son las causas de las situaciones actuales que estamos viviendo, por la pobreza y la falta de oportunidades.
Afirma textualmente: “Si el pueblo no está educado, la democracia se vuelve casi imposible, porque aunque todos den su voto, se puede tratar de un voto en el vacío, un voto sin conocimiento de lo que debe hacer un gobernante o un voto manipulado. Entonces es muy importante la educación del pueblo y en ésta entra en memoria histórica”. Dice también: “Que estemos hundidos en la pobreza, que exista una pesada deuda, que haya caos social, crimen, corrupción, violencia, secuestro, narcotráfico, pues en cierta manera es fruto de la actuación de los gobernantes, no solamente actuales sino desde hace varias décadas”.
Se quedó corto el señor Cardenal. No basta con décadas. Quien quiera tener conciencia histórica en México tiene que remontarse al origen de nuestra Nación. La pobreza masiva y la terrible y anticristiana inequidad social, que es su verdadera causa, vienen del origen de nuestra Nación, vienen de la conquista. Fueron los conquistadores los que arrebataron a los naturales el único medio de producción entonces disponible: la tierra. No sólo les quitaron la tierra, los pusieron a trabajar de manera obligada para beneficio de los nuevos dueños. México arrastra una malformación congénita. Ahí debe estar la verdadera memoria histórica.
Pedro Celestino Negrete, el hombre que el 2 de junio de 1821 proclamó la independencia en Guadalajara, era un gachupín, miembro del ejército real español, perseguidor y asesino de insurgentes, los que postulaban, con José María Morelos, que “las leyes que dicte nuestro congreso moderen la opulencia y la indigencia y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto; que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales y sólo se distinga un mexicano de otro por el vicio y la virtud”.
Todo eso quedó frustrado con la independencia de las Tres Garantías; la independencia que llevaron a cabo Pedro Celestino Negrete y todos los demás cómplices de Agustín de Iturbide. Cien años más de los mismo: que todo cambie para que todo quede igual.
Porque, hablando de democracia, durante todo el siglo XIX fueron las balas y no los votos los que llevaron al poder en la nueva República. Con todo y que la ley dictaba el arribo pacífico al poder mediante elecciones indirectas con voto censitario, es decir que sólo los que tenían propiedades podían votar, con exclusión de los peones, que eran la gran mayoría de los mexicanos. México era una república sin ciudadanos, una república de mentiras.
Don Francisco I. Madero, el apóstol de la democracia mexicana, fue electo Presidente de la República en 1911 por la enorme cantidad de 19,997 votos, o sea menos del 2 por mil de los mexicanos adultos. Por las mismas fechas, en 1912, en los Estados Unidos de América votaron 15 millones de electores para elegir al Presidente Wilson. Esa es nuestra memoria histórica nacional.
En 1910 había en México 15 millones de habitantes; de ellos, 12 millones de analfabetos, sin servicio médico, sin zapatos, sin economía monetaria, porque se les “pagaba” en las grandes haciendas, no con dinero sino con cuartillos de maíz y fríjol, panocha y piezas de manta; amarrados a la tienda de raya de las grandes haciendas por la deuda transmitida de padres a hijos. El 98 por ciento de la tierra cultivable estaba en manos de 3,500 familias. Por supuesto, no había voto para los peones. Si subían a un tren, era para ser deportados al Valle Nacional. No hay que olvidar que el Programa del Partido Liberal en 1906 incluía “la liberación de los peones”, hace menos de 100 años.
La pobreza masiva de más de la mitad de los mexicanos de hoy, la terrible injusticia social que la causa, totalmente contraria a los principios del cristianismo, la espantosa corrupción que ahoga a la sociedad mexicana, igualmente anticristiana, la subconsciente discriminación que todavía hoy se ejerce con sólo mirar el rostro o la ropa, ya estaban ahí en nuestra raíz, antes de que naciera ninguno de nosotros los mexicanos actuales, y antes de que se fundara ninguno de los partidos políticos de hoy.
El voto razonado exige y reclama que los ciudadanos, todos los ciudadanos, elijamos a quienes nos convenzan, con su programa y con su sinceridad y honradez probada, de que combatirán con seriedad y eficacia esos males que arrastramos desde el principio de nuestra historia.
Que no nazcan más niños desnutridos y marginados; que no mueran en su primera infancia por males curables y por criminal descuido social; que puedan todos ir a una escuela de calidad que los ponga en igualdad de oportunidades; que encuentren un empleo digno y dignamente remunerado; que puedan vivir en un entorno decoroso y seguro; que no les roben en su vejez y retiro la pensión que fueron aportando a la economía nacional a lo largo de toda su vida de trabajo. Eso es lo que hay que reclamar y exigir a los que se ofrezcan a gobernarnos. Sí hay en México políticos honrados con vocación de poder y de servicio. Hay que saber dar con ellos. Sí existen.
Dice don Juan Sandoval que Dios repartió dones y vocaciones diferentes a sus hijos; no todos nacimos para lo mismo; no todos tenemos vocación para gobernar. Hay que buscar a los que nos convenzan con su sinceridad y su eficacia, para que escalen en responsabilidad pública a medida que lo vayan demostrando. Todos sí tenemos el derecho y el deber de darles el mandato; y esto se logra con un voto informado y razonado y después exigiendo rendición de cuentas del poder entregado. Esa es la verdadera democracia.
México es de los poquísimos países del mundo – quizá el único con la excepción de Japón y de Cuba – que logró en menos de 60 años pasar de un 85 por ciento de analfabetos a un 85 por ciento de alfabetizados. Pero, como bien dice el señor Cardenal, no basta saber leer y escribir; es necesario tener la real educación, información para poder razonar el voto. También la televisión puede ser un modo de compra del voto de los irreflexivos.
No nos hemos querido dar cuenta de la enorme importancia que tiene el Poder Legislativo Federal: los hombres y mujeres que elaboran las leyes que nos rigen a todos. En el 2003 sólo el 43 por ciento de los ciudadanos y ciudadanas consideró que valía la pena votar por ellos; y hoy se oyen por todos lados lamentaciones de su desempeño. No podemos tener cara para quejarnos de lo que nosotros hicimos por nuestro descuido. Es una responsabilidad cívica, y también moral, que entre todos elijamos a los mejores hombres y mujeres que nos representen, que integren la plural representación nacional que apruebe, como decía José María Morelos, las mejores leyes que moderen la opulencia y la indigencia, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto, leyes ante las que todos seamos iguales.
Acabo de comprar en el arzobispado un libro espléndido. Se llama”Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”. Contiene postulados con los que esencialmente coinciden los de todos los partidos políticos registrados en el IFE.
Por citar lo más notorios: los derechos de la persona humana y el respeto a su dignidad, los derechos de los pueblos y de las naciones, el principio del bienestar colectivo, el destino social de la propiedad privada, la opción preferencial por los pobres, la tutela complementaria y obligatoria de la sociedad y del Estado sobre los menores y los desvalidos, o sea la subsidiaridad, el principio de solidaridad y crecimiento común de los hombres, la familia como célula social, la dignidad del trabajo y el derecho al trabajo, los derechos de los trabajadores, la riqueza para ser compartida, la empresa para servicio del bienestar colectivo, la redistribución de la riqueza, el pueblo como titular de la soberanía y las elecciones libres, el derecho a la resistencia pacífica, el primado de la sociedad civil, la libertad de las comunidades religiosas y el Estado laico, el valor de los organismos internacionales, la lucha contra la pobreza y la cooperación para el desarrollo “por encima de la estrecha lógica del mercado”, el ambiente como bien colectivo y como responsabilidad común, la defensa de la paz.
Como se puede ver, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa a los mexicanos; y ahí está la prueba de que sí son posibles los grandes acuerdos nacionales. Así pues, todo esto debe ser exigido a todos los que aspiren a gobernarnos, o a representarnos en las cámaras que elaboran las leyes que nos van a obligar a todos.
Sept 25, 2005
Estaban Garaiz