San José de Costa Rica, 27 de febrero de 1971
Antes de entrar propiamente en materia, conviene precisar que el título de la conferencia resulta un poco impropio porque México, como tal, no existía en la época prehispánica, sino que comienza a gestionarse como lo que hoy es, un pueblo y una cultura mestizos, precisamente a raíz de la Conquista. Por otro lado, las grandes culturas mesoamericanas no sólo se desarrollaron en lo que hoy es territorio mexicano, sino también de las repúblicas centroamericanas, incluida parte de Costa Rica. Además las grandes aportaciones de la América indígena a la cultura occidental, no sólo fueron procedentes de Mesoamérica, sino también de las culturas andinas: bastaría citar, por ejemplo, la papa, la quinua, la coca, o el sistema científico de fertilizantes de la tierra.
Cuando hablamos o reflexionamos sobre todo aquello que nos es hoy familiar y propio de nuestra cultura, que llamamos “occidental” –aunque a nuestra tierra llegó por Oriente-- pocas veces caemos en la cuenta de que muchos de los “ingredientes” que la componen no son de origen europeo, como suponemos, sino originarios de nuestra propia tierra, que han llegado a todas partes del mundo como la contribución de la América indígena a la cultura universal.
Sería interesante por ejemplo, preguntar a un joven norteamericano que se encuentre comiendo un norteamericano hot dog, si se da cuenta que le puede poner el más norteamericanísimo catsup gracias a que los mesoamericanos cultivaron el tomate hace tres mil años, o cuando masca chewing gum, si reflexiona que no es más que el tzictli, que el general Santa Anna y su secretario Thomas Adams introdujeron en Estados Unidos hace apenas cien años. Podríamos preguntarle también sobre el pavo que come para celebrar el Thanksgiving Day, si sabe que el avocado, tan gustado en California deriva de la palabra ahuacatl, que en lengua nahuatl quiere decir testículo; si recuerda que el chocolate es xocolátl, es decir bebida sagrada.
Creo que podríamos desconcertar también a más de una dama si le dijéramos que las mundialmente famosas pills se obtienen de una raíz silvestre del sureste mexicano, llamada barbasco, que ya era utilizada antes de la llegada de los españoles con propósitos semejantes. Y podríamos hablar de los frijoles –cuyo nombre en francés haricots, deriva del nahuatl ayocotl-- del henequén, del ixtle o pita, del chile, del achiote, del ayote, del cacahuate, y de otras muchas palabras terminadas en ote o ate, lo que denota su origen nahuatl.
Puede llamar la atención que lo que consideramos como aportaciones mesoamericanas a la cultura occidental esté constituido principalmente por plantas, y drogas, o alimentos derivados de ellas. Y es que en el choque cultural de la Conquista la cultura indígena llevó la peor parte: no fue una simple interpenetración de dos culturas; fue una imposición de una cultura sobre la otra.
La sociedad prehispánica fue decapitada; la minoría dirigente fue suprimida y desapareció como tal –aunque algunos de sus miembros quedaron asimilados y hasta recibieron escudo de armas de Carlos V-- y por ello las manifestaciones más elevadas de la cultura indígena; arte, filosofía, religión, literatura, etc., desaparecieron prácticamente y en su lugar se estableció la cultura hispánica. Pero quedó el pueblo con su raigambre a la tierra, con su vieja sabiduría y con sus útiles recursos de tipo práctico. Fue de eso, de lo que se pudo salvar, de donde la cultura occidental recibió su influencia.
Un indio Xochimilca, Martín de la Cruz, escribió en lengua nahuatl pero con alfabeto occidental, un tratado recopilando sus conocimientos sobre plantas medicinales, a instancias de los frailes franciscanos del Colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco. En 1552 otro indígena del mismo colegio, Juan Badiano, lo tradujo al latín. El manuscrito fue a parar al Vaticano y allí permaneció arrumbado hasta que llamó la atención de un investigador norteamericano, Charles U. Clark, en 1931. Poco después, en 1940, la Universidad de John Hopkins tiró una edición facsimilar del Códice Badiano y por fin en 1952 fue traducido al español, y publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México. A partir de entonces, muchas drogas y hormonas como la cortisona, la progesterona y estrona, etc han comenzado a utilizarse en forma científica por el mundo occidental.
Divertida resulta la forma como fue generalizado el uso del chicle en los Estados Unidos. El jugo del zapote blanco era masticado por los indígenas mesoamericanos; por cierto que Fray Bernardino de Sahagún constata que sólo las mujeres de vida disoluta se atrevían a hacerlo en público. La costumbre continuó bajo la Colonia y lo mismo al lograr el país la independencia.
El general Antonio López de Santa Anna, en uno de tantos destierros para volver a tomar el poder, tenía su residencia en Staten Island, Nueva York; su secretario, de nombre Thomas Adams, observó con curiosidad cómo el general de vez en cuando tomaba un pellizco de una sustancia blanda, que él llamaba chicle. Un día, después de haber dejado el servicio del general en 1869, observó que una niña pedía en la farmacia goma de parafina para mascar. Adams importó de México 2,300 kilos de chicle y lo convirtió en bolitas de “goma Adams para masticar”. Más tarde William Wrigle, en 1892, comenzó a vender las bolitas de chicle con sabores y a darle tan intensa propaganda que desde entonces se ha generalizado en todo el mundo.
El ulli o hule es originario de Tabasco, tierra de los olmecas o ulmecas, es decir los habitantes de la región del hule. Aunque la planta de la que se obtiene se extiende por gran parte de América, sobre todo en la región amazónica, ellos fueron hace tres mil años los descubridores y primeros industrializadores del hule; con él hacían sandalias, vasijas, muñecas y pelotas para el juego ritual mesoamericano. Hoy, a raíz del descubrimiento de la vulcanización por Charles Goodyear en 1840, su uso se ha generalizado por todo el universo; pero pocos conocen que es una importante contribución del mundo indígena americano a nuestra cultura actual.
Fueron también los olmecas los primeros cultivadores del cacao, que consumían mezclando con miel y vainilla. Hoy la palabra azteca para la bebida sagrada, xocolatl, ligeramente modificada existe en todos los idiomas del mundo.
Cuando hablamos o reflexionamos sobre todo aquello que nos es hoy familiar y propio de nuestra cultura, que llamamos “occidental” –aunque a nuestra tierra llegó por Oriente-- pocas veces caemos en la cuenta de que muchos de los “ingredientes” que la componen no son de origen europeo, como suponemos, sino originarios de nuestra propia tierra, que han llegado a todas partes del mundo como la contribución de la América indígena a la cultura universal.
Sería interesante por ejemplo, preguntar a un joven norteamericano que se encuentre comiendo un norteamericano hot dog, si se da cuenta que le puede poner el más norteamericanísimo catsup gracias a que los mesoamericanos cultivaron el tomate hace tres mil años, o cuando masca chewing gum, si reflexiona que no es más que el tzictli, que el general Santa Anna y su secretario Thomas Adams introdujeron en Estados Unidos hace apenas cien años. Podríamos preguntarle también sobre el pavo que come para celebrar el Thanksgiving Day, si sabe que el avocado, tan gustado en California deriva de la palabra ahuacatl, que en lengua nahuatl quiere decir testículo; si recuerda que el chocolate es xocolátl, es decir bebida sagrada.
Creo que podríamos desconcertar también a más de una dama si le dijéramos que las mundialmente famosas pills se obtienen de una raíz silvestre del sureste mexicano, llamada barbasco, que ya era utilizada antes de la llegada de los españoles con propósitos semejantes. Y podríamos hablar de los frijoles –cuyo nombre en francés haricots, deriva del nahuatl ayocotl-- del henequén, del ixtle o pita, del chile, del achiote, del ayote, del cacahuate, y de otras muchas palabras terminadas en ote o ate, lo que denota su origen nahuatl.
Puede llamar la atención que lo que consideramos como aportaciones mesoamericanas a la cultura occidental esté constituido principalmente por plantas, y drogas, o alimentos derivados de ellas. Y es que en el choque cultural de la Conquista la cultura indígena llevó la peor parte: no fue una simple interpenetración de dos culturas; fue una imposición de una cultura sobre la otra.
La sociedad prehispánica fue decapitada; la minoría dirigente fue suprimida y desapareció como tal –aunque algunos de sus miembros quedaron asimilados y hasta recibieron escudo de armas de Carlos V-- y por ello las manifestaciones más elevadas de la cultura indígena; arte, filosofía, religión, literatura, etc., desaparecieron prácticamente y en su lugar se estableció la cultura hispánica. Pero quedó el pueblo con su raigambre a la tierra, con su vieja sabiduría y con sus útiles recursos de tipo práctico. Fue de eso, de lo que se pudo salvar, de donde la cultura occidental recibió su influencia.
Un indio Xochimilca, Martín de la Cruz, escribió en lengua nahuatl pero con alfabeto occidental, un tratado recopilando sus conocimientos sobre plantas medicinales, a instancias de los frailes franciscanos del Colegio Imperial de Santa Cruz de Tlatelolco. En 1552 otro indígena del mismo colegio, Juan Badiano, lo tradujo al latín. El manuscrito fue a parar al Vaticano y allí permaneció arrumbado hasta que llamó la atención de un investigador norteamericano, Charles U. Clark, en 1931. Poco después, en 1940, la Universidad de John Hopkins tiró una edición facsimilar del Códice Badiano y por fin en 1952 fue traducido al español, y publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México. A partir de entonces, muchas drogas y hormonas como la cortisona, la progesterona y estrona, etc han comenzado a utilizarse en forma científica por el mundo occidental.
Divertida resulta la forma como fue generalizado el uso del chicle en los Estados Unidos. El jugo del zapote blanco era masticado por los indígenas mesoamericanos; por cierto que Fray Bernardino de Sahagún constata que sólo las mujeres de vida disoluta se atrevían a hacerlo en público. La costumbre continuó bajo la Colonia y lo mismo al lograr el país la independencia.
El general Antonio López de Santa Anna, en uno de tantos destierros para volver a tomar el poder, tenía su residencia en Staten Island, Nueva York; su secretario, de nombre Thomas Adams, observó con curiosidad cómo el general de vez en cuando tomaba un pellizco de una sustancia blanda, que él llamaba chicle. Un día, después de haber dejado el servicio del general en 1869, observó que una niña pedía en la farmacia goma de parafina para mascar. Adams importó de México 2,300 kilos de chicle y lo convirtió en bolitas de “goma Adams para masticar”. Más tarde William Wrigle, en 1892, comenzó a vender las bolitas de chicle con sabores y a darle tan intensa propaganda que desde entonces se ha generalizado en todo el mundo.
El ulli o hule es originario de Tabasco, tierra de los olmecas o ulmecas, es decir los habitantes de la región del hule. Aunque la planta de la que se obtiene se extiende por gran parte de América, sobre todo en la región amazónica, ellos fueron hace tres mil años los descubridores y primeros industrializadores del hule; con él hacían sandalias, vasijas, muñecas y pelotas para el juego ritual mesoamericano. Hoy, a raíz del descubrimiento de la vulcanización por Charles Goodyear en 1840, su uso se ha generalizado por todo el universo; pero pocos conocen que es una importante contribución del mundo indígena americano a nuestra cultura actual.
Fueron también los olmecas los primeros cultivadores del cacao, que consumían mezclando con miel y vainilla. Hoy la palabra azteca para la bebida sagrada, xocolatl, ligeramente modificada existe en todos los idiomas del mundo.
Esteban Garaiz.