Febrero 12, 2007
Es necesario decir en primer término que todo terrorismo y toda violencia son execrables y deben ser repudiados y combatidos.
Pero, a continuación, resulta igualmente obligatorio decir que históricamente, durante todo el siglo XX y el XXI, está científicamente comprobado que todos los terrorismos, salvo muy escasos ejemplos de excepción, tienen un carácter reactivo. Se trata siempre de nacionalismos irredentos: el ERI irlandés, ETA en el País Vasco, la Irgún terrorista israelí en los años cuarenta, el terrorismo Kurdo, el corso, Hamás y OLP en Palestina, el republicanismo islámico saudí de Al Queda, el terrorismo checheno, el argelino en los años sesentas, la desgracia de Darfur en el Sudán del sur, los Tigres Tamiles en la isla de Ceilán (Sri Lanka) y un largo etcétera.
O se trata de izquierdas ilegalizadas y perseguidas por el poder real, es decir igualmente irredentas, cómo El Salvador, Nicaragua o Colombia.
También está históricamente comprobado que no ha podido ni podrá ser exterminado por la represión. Como decía Mahatma Gandhi, “el ojo por ojo sólo nos llevará a que todos quedemos ciegos”.
Si se quiere combatir a fondo el terrorismo, no podrá ser combatiendo las consecuencias, sino eliminando las causas. Haciendo planteamientos radicalmente democráticos y no encubriendo la represión en argumentos jurídicos y constitucionales.
Pongamos el ejemplo de Chechenia. La no independencia del pueblo checheno se sustenta en la constitución de la extinta Unión Soviética. La constitución soviética de 1920 no hizo sino dar forma democrática y jurídica al viejo imperio ruso, que había avasallado a otras nacionalidades en los siglos anteriores: XVII, XVIII y XIX.
La única razón por la que Azerbaiyán es hoy una nación independiente de Rusia y Chechenia no lo es, se sustenta en el hecho de que según la vieja constitución soviética, Azerbaiyán era una de las 16 repúblicas soberanas que integraban la URSS; Chechenia, en cambio, era una república autónoma dentro de la República Soviética de Rusia. Pero Chechenia tiene, al igual que Azerbaiyán, su propio pueblo (de religión mayoritariamente musulmana), su propia lengua, su propia cultura… y mucho petróleo.
Si se mira bien, prácticamente todas las fronteras hoy “constitucionales” de todos los estados nacionales del planeta son en realidad cristalización jurídica de violencia bélica: la Polonia de hoy, la Alemania de hoy, el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Cachemira en la India, Japón sin la isla Karafuto; para no hablar de los estados africanos, todos calcados sobre los territorios coloniales sin ningún respeto por los grandes pueblos originales de África, con fronteras artificiales.
Eso incluye, por supuesto, nuestras propias fronteras desde 1848. En la Organización de las Naciones Unidas mucho, muchísimo, se habla de la democracia; nadie se atreve a plantear la democracia de los pueblos, la democracia de las fronteras; la auténtica autodeterminación de los pueblos. Es demasiado subversivo. Es preferible el estado de derecho.
Incluso cuando nuestros diplomáticos hablan (más bien hablaban) de la autodeterminación de los pueblos, principio rector en nuestra Constitución (todavía así está escrito), siempre lo entendieron dentro de las fronteras constitucionalmente establecidas. Esas fronteras no están a discusión; no entran en la democracia.
Poco importa si hay mames, chujes, jacaltecos del lado de México y mames, chujes y jacaltecos del lado de Guatemala. O si hay huicholes del lado de Jalisco y huicholes del lado de Nayarit; o mixtecos de Guerrero y mixtecos de Oaxaca. Mucho menos si hay Kurdos en el oriente de Turquía y Kurdos en el norte de Irak y de Siria, en total 20 millones de seres humanos sin estado propio
Los palestinos, o filisteos, ahí estaban cuando llegaron los israelitas hace 3,000 años y Sansón derribó las columnas del Templo de Dagón en Gaza. Dalila era una mujer del pueblo de los “pilistín”. Parece que desde entonces aprendieron de Sansón los palestinos el terrorismo suicida. Dice la Biblia en el libro de los jueces que Sansón clamó: “Muera yo con los filisteos”, derribó las columnas sobre las que descansaba la casa y “los que mató al morir fueron mucho más que los que había matado durante su vida”. Y hoy, en Gaza y en toda la tierra del Jordán al Mediterráneo, seguimos viendo con horror que los y las descendientes de Dalila deciden en nombre de Dios morir matando. Deben estar muy desesperados.
Hace unos días José María Aznar, expresidente del gobierno español, reconoció finalmente que en Irak no había armas de destrucción masiva. Todavía no reconoce que la terrible tragedia del 11-M en la estación de Atocha en Madrid fue una clara reacción del terrorismo a su criminal decisión de llevar al ejército español, contra la expresa voluntad del 90 por ciento de los españoles, a la bárbara aventura de la invasión de Irak, haciéndole el juego a George W. Bush. De las carnicerías diarias desatadas en ese país desde la invasión “aliada”, poco hay ya que comentar.
Mientras tanto, nuestros jóvenes siguen viendo en la pantalla grande y en la chica películas de terror, del tipo que sea con tal de que aterroricen, financiadas de manera claramente orquestada. Es conveniente que la gente que no lee viva aterrorizada. Aunque en México ni la debemos ni la tememos. Por desgracia para ese poder el tema del terrorismo no es todavía prioritario para el pueblo de México.
Esteban Garaiz
Lic. en Relaciones Internacionales