Para Milenio
Esteban Garaiz
27 junio 2017
El primer acto en la historia, que muchos recordamos, de rectoría económica del Estado está narrado en la Biblia. Es la historia de José hijo de Jacob: el sueño de las vacas gordas y las vacas flacas.
José fue vendido como esclavo por sus medios hermanos, celosos del cariño de su padre, y llevado a Egipto. Fue calumniado por la mujer de su amo Potifar y encarcelado. En la cárcel supo interpretar los sueños de algunos compañeros, y trascendió su fama. Tanto que llegó a oídos del faraón de Egipto, que había tenido una terrible pesadilla: había visto en sus sueños cómo surgían del río 7 vacas gordas y después llegaron 7 vacas flacas que devoraron a las gordas.
El faraón mandó llamar de la cárcel a José el pastor nómada hebreo. José le explicó al monarca egipcio que las 7 vacas gordas significaban que habría en Egipto, país gran productor de trigo, 7 años de abundantes cosechas; y las 7 vacas flacas querían decir que a continuación llegarían 7 años de malas cosechas y de escasez.
El joven pastor ignorante se atrevió a darle al faraón un sabio consejo de rectoría económica del Estado: debía construir grandes almacenes de grano para conservarlo en los años superabundantes, de tal modo que el pueblo egipcio no sufriera hambruna en los siguientes 7 años de mala cosecha. No podía dejar esa catástrofe en manos de los acaparadores de grano: “Lo que Dios va a hacer lo ha mostrado al faraón: recaude el quinto (veinte por ciento) en los 7 años de abundancia; y recojan el trigo bajo la mano del faraón para mantenimiento de las ciudades; y el país no padecerá de hambre”.
El faraón tomó la determinación de nombrarlo ministro. Al fin de la sequía distribuyó semillas. “De los frutos daréis el quinto al faraón y las cuatro partes serán vuestras para sembrar y para que coman vuestros hijos” (Génesis 47,24).
La razón fundamental de todo estado es tutelar y garantizar los derechos de todos los pobladores, incluida, por supuesto, la seguridad alimentaria.
En 1932 Franklin Roosevelt fue electo presidente de los Estados Unidos de América, en el peor momento de su historia. (El único presidente en ese país, electo por 4 períodos: 1932, 1936, 1940 y 1944). En ese 1932, la acumulación de capitales y la pobreza y desigualdad habían llegado a extremos tales que se hundió la economía nacional por falta de compradores, por falta de mercado, en los últimos tiempos del presidente J. Edgar Hoover.
La Gran Depresión: 15 millones de trabajadores en paro; los bancos en quiebra; manifestaciones masivas, pacíficas, de los veteranos del Bonus Army, reprimidos por el gobierno. Todo eso en el centro mundial del capitalismo.
Cuenta William Manchester en su ya clásico Gloria y Ensueño (The Glory and the Dream):
“Aquel año cerca de dos millones de estadounidenses, aparceros expulsados de las tierras, propietarios agricultores que no podían pagar las hipotecas y abandonaban sus campos… En resumen: la capacidad de compra del consumidor no seguía el fuerte ritmo de la producción de bienes”.
Los actuales dirigentes de los Estados Unidos han querido borrar en el olvido esa etapa bochornosa de la historia de su país. Salvo Bernie Sanders, el precandidato demócrata que compitió frente a Hillary Clinton y fue bloqueado perversamente por la maquinaria partidaria demócrata como lo exhibieron los hackers rusos, a los que después les colgaron otros milagritos.
Apenas llegó Franklin Roosevelt a la presidencia implantó según las facultades extraordinarias que le fueran atribuidas, el New Deal. Generando empleo productivo desde el gobierno y dinamizando el ingreso familiar.
Ordenó la emisión inmediata de millones de dólares en papel moneda, utilizando la cobertura de los activos bancarios. Hizo saber que publicaría la lista de todos los que habían retirado oro. Al abrir los bancos, largas colas y poco después se habían recuperado 300 millones, suficientes para la cobertura. El comercio salió de su atonía.
Inició su Plan de Cien Días; se legalizó la cerveza. Se creó el Cuerpo Civil de Conservación CCC, dando trabajo a 2 millones y medio de jóvenes de barrios pobres con uniforme verdinegro; plantaron 200 millones de árboles; y más de 30 mil proyectos: construcción de diques y represas, oficinas de Correos, puentes, cárceles, aeropuertos, alcantarillas, piscinas públicas, pistas de atletismo, campos de deporte, centrales eléctricas, estaciones ferroviarias, nuevas carreteras, hospitales, nuevos ayuntamientos, edificios de tribunales, servicios sanitarios, escuelas, redes de abastecimiento de aguas, control de crecidas, zoológicos, alamedas.
El costo conjunto “no llegaba a los 20 mil millones, la cuarta parte del presupuesto anual del Pentágono” con Nixon (Manchester pp... 167-168). Así se salvó Estados Unidos.