Para Milenio
Esteban Garaiz
11 julio 17
No hay tercera vía. La historia es maestra de la vida. Desde Comonfort para acá la historia mexicana siempre ha barrido a los moderados. Sólo los radicales, o sea los que van a la raíz, acaban finalmente, después de múltiples obstáculos, dando el paso adelante en este largo devenir histórico de desembarazarse de los arraigados restos del régimen colonial de la Conquista para la instauración de una república real y no ficticia.
Como los 19 mil 997 clasemedieros ciudadanos que votaron por Francisco I. Madero en 1911, en un país con 15 millones de habitantes.
Madero murió asesinado por los mismos que lo habían promovido. El mismo Venustiano Carranza fue rebasado por sus jóvenes seguidores, que lograron en el Constituyente ir mucho más allá del Ejecutivo fuerte que quería Carranza, y consensaron los grandes logros sociales de 1917.
La educación gratuita universal del artículo tercero; la demolición de los latifundios de la Colonia y la restitución de las tierras a quienes las trabajan; la rectoría económica del Estado; la propiedad originaria de la Nación sobre sus recursos naturales; y el gran salto histórico de los derechos de los trabajadores en el artículo 123: jornada máxima, salario mínimo, seguridad e higiene en el trabajo y el derecho a la sindicalización.
Todo eso, más la cara político-electoral: la ciudadanía universal sin restricción a todos los varones, incluidos los analfabetas, cuatro quintas partes de los mexicanos, que sí sabían lo que querían para sus hijos y lo habían refrendado con su sangre. Con la educación universal sus hijos aprenderían a asumir su ciudadanía al llegar a la edad adulta (que sigue siendo aspiración pendiente).
Eso fue ir a la raíz, sin moderaciones ni terceras vías. Las claudicaciones fueron llegando después. Salvo, claro, la gran profundización del proyecto nacional de Lázaro Cárdenas: educativo, técnico, agrario, industrial propio.
Pero lo ocurrido a raíz de 1982 no ha sido una simple claudicación. Fue, y sigue siendo por 35 años, una completa, eficaz, deliberada y programada, traición al proyecto nacional y a su modelo económico de desarrollo. Las llamadas reformas estructurales han sido, en efecto, daños estructurales al proyecto nacional de 1917. No simples claudicaciones y corruptelas.
Ante ese panorama desolador de 35 años sin crecimiento económico, con rezagos severos en los ingresos de las familias, con un presupuesto federal estúpidamente petrolizado (y además tercamente a precios hundidos), con retrocesos en la escolaridad de los más marginados, cerrada la movilidad social para jóvenes que estudian, el pavoroso aumento de homicidios impunes y desapariciones sin resolver, la proliferación de fosas de cadáveres incógnitos, la persistencia de la horrible mortalidad infantil.
Y en la raíz de todo: la incapacidad financiera del gobierno para cumplir sus obligaciones constitucionales (además del insultante despilfarro de los sueldos de los altos funcionarios y de los partidos políticos) junto con el agotamiento del patrimonio energético nacional a precios derrumbados.
No queda sino ir a la raíz: no hay otra sino la insurrección popular pacífica (populismo) y no sólo de los proletarios, sino del 99 por ciento que se gana la vida trabajando y no de las rentas de sus capitales.
A la raíz; no arreglitos cosméticos, trigarantes o maderistas. Recuperar de raíz el proyecto nacional que sentó las bases de la verdadera república. No castas coloniales con trapitos de democracia comprada a los que no valoran su primogenitura, con “gobiernos abiertos” y “gobernanzas” empresariales corporativas.
Ir a la raíz supone una intensa campaña desde la autoridad para que quienes son legalmente ciudadanos no vendan su voto por una bicoca en forma de dádiva individual; sino que valoren en su enorme trascendencia su investidura de soberanos, y que decidan, en la soledad de la mampara, según propuesta de gobierno para todos, en beneficio de las familias de todos, y a mediano plazo.
Eso reparará, al menos parcialmente, la grave omisión cometida por el propio Estado, de no haber logrado que los egresados de la educación pública hayan aprendido, porque no se les enseñó adecuadamente, que al llegar a la edad ciudadana, tendrían en su mano el destino de la Nación.
Es radical, de raíz, la falla de nuestra primitiva democracia. Es un asunto central, no accesorio. Es esencial porque es definitorio en el resultado de la elección, o sea: de la voluntad mayoritaria. Se prefirió que jugaran a la ciudadanía; y desde el gran poder se jugó con ellas y ellos.
Seamos radicales. No moderados. Vamos a la raíz.