Para Milenio
Esteban Garaiz
17 de septiembre 2019
Una de las primeras leyes de la ciencia contable; es más: la
esencial, dice que “ingresos menos costos igual a rendimientos”. En finanzas es
el mismo principio: activos menos pasivos igual a capital.
Hace 4 mil años, al arribo de los indoeuropeos a Europa desde
el Valle del Río Indo (como su nombre lo indica) los países europeos sufrieron
el más descomunal desmonte para el creciente establecimiento de la agricultura,
sobre todo de cereales.
Esa enorme desforestación fue, sin duda, superior a los
destrozos que hoy está sufriendo la Cuenca del Amazonas.
En México: las carreteras de cuota y federales podrían, con
gran facilidad, doblar el número de árboles, si no frutales y maderables, sí
generadoras de verdor, follaje y de oxígeno.
No sólo casuarinas o eucaliptos llegados de Australia;
también cedros, pinos, fresnos, pirules, sauces, guamúchiles, según caso;
incluso arbustos de rápido crecimiento como la higuerilla (promovida por el
ingeniero David Ibarra desde 1940).
Hasta la CONAGUA, con su nueva visión, podría utilizar las
zonas federales que circundan los cuerpos de agua de todo el país para
establecer en ellas bosquecillos de ahuehuetes, o sea sabinos.
La queja de muchas amas de casa, incómodas por la cantidad de
basura que generan las hojas, podría volverse a favor de contar con materia
orgánica para las plantas domésticas; al igual que residuos orgánicos
hogareños.
Se puede generalizar afirmando que la incipiente, y
creciente, conciencia ecológica de muchas personas tiene todavía un sesgo sólo
conservacionista. En las actuales circunstancias, locales y globales, esa
actitud tiene que transformarse en proactiva.
La vida del planeta es plenamente recuperable. El alarmismo
catastrofista puede transformarse en productivo y generador de vida.
Ahí es donde entra la contabilidad. Bien está alarmarse por
las emisiones vehiculares de anhídrido carbónico; o las de metano. Mejor
estará, además, contribuir a las emisiones de oxígeno. No se requiere mayor
ciencia.
Parece sentirse el recelo de los grandes consorcios
empresariales porque, al retener de manera doméstica el agua de lluvia, o
producir y retener energía solar, se está de hecho democratizando la vida
sustantiva, y haciéndola autónoma.
El agua es la vida; el agua no se acaba. Siempre se recicla.
Llueve, empapa el acuífero, corre por sus cuencas, llega al mar, se evapora y
vuelve a llover. Por lo demás, los hidrocarburos y los carbones no son más que
sol acumulado y fósil. Esas sí se acaban.
El agua es portadora de vida; y también de muerte. La especie
humana usa y abusa del agua: la contamina, la envenena, la desparrama; invade,
bloquea y cierra sus cauces naturales; y luego lamenta las consecuencias de su
terrible poder al desbocarse.
Hasta un aeropuerto quisieron hacer, en su arrogancia, en el
fondo de una cuenca cerrada con 7 ríos confluyendo.
La prepotencia con el agua tiene altos costos para los seres
humanos. Ahora que se están replanteando los contenidos en la educación
pública, bueno sería que se incluyera, entre otras lecciones para la vida en común,
el conocimiento de las inexorables leyes de la hidráulica.
En Tabasco están muy difundidas en el colorido
lenguaje regional.