Del P. José Remigio Sánchez de Porres.
Hubo un tiempo en que la Iglesia Católica, en estas tierras, era Secretaría de Salud, de Educación, de Hacienda, de Obras Públicas, Registro Civil, Dirección de Panteones y desempeñaba otra serie de funciones civiles. Hasta hace 150 años, para ser exactos. También vemos que, benéficamente, tenía a su cargo la memoria social. A mi manera irreverente, lo que quiero decir es que me sumo a los agradecimientos de mi amiga Yvette Ortiz Minique para el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara.
Este precioso documento titulado Plan del Curato del Real de San Sebastián es una auténtica microhistoria, al estilo de la escrita por mi querido maestro Don Luis González y González, para narrar el patrimonio histórico de su pueblo natal, San José de Gracia, Michoacán y, a través de los acontecimientos pueblerinos dejar entrever los grandes hechos del devenir nacional.
Si se fijan ustedes, el buen cura Don José Remigio, con muy buena caligrafía y renglones derechitos, redacta su manuscrito para el Señor Obispo, Juan Cruz Ruiz de Cabañas en 1818, a los nueve años de su residencia en el curato. Es decir: justo en los años de tránsito entre el movimiento insurgente de 1810 y la proclamación formal de la independencia nacional Trigarante en 1821, mediante la más completa traición a los ideales insurgentes, por la conspiración tramada en el templo de la Profesa en la ciudad de México por Agustín de Iturbide y sus cómplices, entre quienes estará, por cierto, Pedro Celestino Negrete el independizador de Jalisco, gachupín, oficial de las tropas realistas y perseguidor sañudo de insurgentes.
Dice nuestro buen cura que la Hacienda de San Felipe es la más “rica que tiene todo el Curato y sólo infeliz porque en ella asesinaron al Padre Híjar, su dueño, por haber sido fiel al Rey, cuya desgraciada muerte fue por los rebeldes capitaneados del cabecilla Torales en septiembre de 808”.
Pero hay en el texto otros dos curas asesinados. En el Real de Santiago “hay tradición de que el cura fue asesinado por los mismos feligreses; otros dicen que en un convite lo envenenaron: yo no he podido sacar el modo con que le quitaron la vida, pero es constante que su muerte fuera violenta y por ellos mismos”.
También el Cura del Real de Jolapa “fue violentamente asesinado por un feligrés suyo y desde entonces (el mineral) fue decayendo hasta el infeliz estado en que se halla y creo que no volverá a poblarse”.
A este respecto quizá las notas del Plan del Padre Remigio nos dén pie a reflexionar sobre la actuación, y las consecuencias sociales, de curas empresarios en estas tierras apartadas y fragosas, como el Padre Artaza, dueño de haciendas de beneficio mineral en la propia cabecera de la parroquia, o como el Padre Híjar, hacendado agropecuario que acabó dándole su nombre a San Felipe.
Otro punto menciona el autor sobre la actuación de sus colegas sacerdotes: la hacienda del Pueblito, “que fue en otro tiempo pueblo de indios, que el gobierno desterró – dice – en tiempo del cura Cabrera, por motivos justosprep
: en el día es hacienda de labor de tiempo y de verano muy fértil”. No nos dice don José Remigio cuáles fueron los “motivos justos” de esta privatización de un sufrido pueblo de indios.
Tema también de microhistoria, propio de esta comarca cuya primera penetración hispana fue minera, es la decadencia presentada en la primera década del siglo XIX en toda América.
Dice Don Remo, el Cura que es al mismo tiempo economista, ecólogo, botánico, constructor, arquitecto, naturalista y agrónomo: “Esta preciosa porción del Curato estaba pocos años ha, emboscada, y ni aún sabían estos vivientes el tesoro que la Naturaleza tenía como escondido y reservado para estos Como antiguamente había mucha plata en las minas, creo, ni pensaban poder subsistir del trabajo de los campos; pero ahora que ha caído tanto aquel giro, así por la escasez y pobreza de los metales como también por la carestía y aun total falta de habilitadores, y escasez de azogues (se refiere al mercurio entonces usado para el proceso de amalgamación y que venía de las minas de Almadén en Andalucía o desde Huancavelica en la cordillera de Perú) y de otros materiales, están experimentando el fruto de sus trabajos (agrícolas) y la ventaja que les resulta a ellos, a sus familias, al Estado, a todo el público y aun a la Sta. Iglesia (pues este diezmatorio que antes no pasaba de 400 pesos, en el día rinde más de mil pesos) de la laboriosa aplicación a la agricultura”.
Aquí es donde entran las bellas consideraciones que hace de los animosos trabajos en el Remate, que era como el casco o centro de la hacienda de la Estancia, a cuatro leguas de San Sebastián. “Este es el más fértil no sólo de la Estancia sino también de toda la parroquia, así porque el Autor de la Naturaleza lo dispuso, como porque el sujeto que lo posee es el más laborioso que hay en todo el Curato.
Se llama Juan Estevan de Ysas. Yo quisiera, dice el Padre Sánchez, “elogiar como era justo, de los progresos y virtudes de este famoso feligrés, pero no viniendo al caso, sólo diré que él es un infeliz mulato de origen Tepatitleco; vino a esta tierra buscando en qué trabajar de operario muy pobre, y en el día tiene como 1600 pesos y en sus giros de caña, maíz, frijol, etcétera ocupa como treinta hombres. Es aplicado también a la cría y tiene un buen chinchorro de ganado mayor, algunas yeguas y caballos y como 80 mulas de carga y tiro”.
Un detalle curioso agroindustrial para los gustosos de la raicilla: dice nuestro autor, conocedor detallado de los más de cuarenta parajes de su parroquia, que recorría frecuentemente, que en el rumbo “abunda una especie de maguey que llaman pata de mula de que sacan vino o aguardiente, que para remedios tiene la misma eficacia que el de Tequila”. Creo que somos muchos los que no estamos de acuerdo con que se use sólo para remedios. También creo que el nombre de “pata de mula” se debe referir a sus efectos.
Si me atrevo a verle rasgos de ecólogo al Reverendo Padre Sánchez de Porres es porque, al describir los arroyos de su comarca eclesial, los alaba por su agua dulce “muy especial”, salvo el que baja del nororiente que “aunque en su origen es dulce, pero como se mezcla con el desagüe de la mina de San Francisco, se hace nociva y de muy mal gusto, por el alcaparrosa (o sulfato de cobre) que en los planes de aquella y esta unida a la que desecha la Hacienda de Artaza hace de mejor molienda a las haciendas más bajas”.
Quisiera yo seguir contándoles de Doña Rafaela Camacho, la dueña que fue del Real de Reyes, en la tierra caliente, en, un arrecife muy profundo al pie del Real y por la orilla del río. Dice el Padre Sánchez que “hace poco más de dos años (es decir en 1816) que hubo la desgracia de que se desplomó sobre de ella gran parte de dicho arrecife; quebró los dos malacates de desagüe y tapó patios, bocas y tránsitos, que no han podido volver a entrar a dicha mina”
No me queda claro si “sobre de ella” significa sobre Doña Rafaela o sobre la boca de la mina. Pero ya empezó la leyenda: la niña que nos guió hasta la entrada el año pasado, me contó que en la cueva vivió una señora hasta que murió.
Hubo un tiempo en que la Iglesia Católica, en estas tierras, era Secretaría de Salud, de Educación, de Hacienda, de Obras Públicas, Registro Civil, Dirección de Panteones y desempeñaba otra serie de funciones civiles. Hasta hace 150 años, para ser exactos. También vemos que, benéficamente, tenía a su cargo la memoria social. A mi manera irreverente, lo que quiero decir es que me sumo a los agradecimientos de mi amiga Yvette Ortiz Minique para el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara.
Este precioso documento titulado Plan del Curato del Real de San Sebastián es una auténtica microhistoria, al estilo de la escrita por mi querido maestro Don Luis González y González, para narrar el patrimonio histórico de su pueblo natal, San José de Gracia, Michoacán y, a través de los acontecimientos pueblerinos dejar entrever los grandes hechos del devenir nacional.
Si se fijan ustedes, el buen cura Don José Remigio, con muy buena caligrafía y renglones derechitos, redacta su manuscrito para el Señor Obispo, Juan Cruz Ruiz de Cabañas en 1818, a los nueve años de su residencia en el curato. Es decir: justo en los años de tránsito entre el movimiento insurgente de 1810 y la proclamación formal de la independencia nacional Trigarante en 1821, mediante la más completa traición a los ideales insurgentes, por la conspiración tramada en el templo de la Profesa en la ciudad de México por Agustín de Iturbide y sus cómplices, entre quienes estará, por cierto, Pedro Celestino Negrete el independizador de Jalisco, gachupín, oficial de las tropas realistas y perseguidor sañudo de insurgentes.
Dice nuestro buen cura que la Hacienda de San Felipe es la más “rica que tiene todo el Curato y sólo infeliz porque en ella asesinaron al Padre Híjar, su dueño, por haber sido fiel al Rey, cuya desgraciada muerte fue por los rebeldes capitaneados del cabecilla Torales en septiembre de 808”.
Pero hay en el texto otros dos curas asesinados. En el Real de Santiago “hay tradición de que el cura fue asesinado por los mismos feligreses; otros dicen que en un convite lo envenenaron: yo no he podido sacar el modo con que le quitaron la vida, pero es constante que su muerte fuera violenta y por ellos mismos”.
También el Cura del Real de Jolapa “fue violentamente asesinado por un feligrés suyo y desde entonces (el mineral) fue decayendo hasta el infeliz estado en que se halla y creo que no volverá a poblarse”.
A este respecto quizá las notas del Plan del Padre Remigio nos dén pie a reflexionar sobre la actuación, y las consecuencias sociales, de curas empresarios en estas tierras apartadas y fragosas, como el Padre Artaza, dueño de haciendas de beneficio mineral en la propia cabecera de la parroquia, o como el Padre Híjar, hacendado agropecuario que acabó dándole su nombre a San Felipe.
Otro punto menciona el autor sobre la actuación de sus colegas sacerdotes: la hacienda del Pueblito, “que fue en otro tiempo pueblo de indios, que el gobierno desterró – dice – en tiempo del cura Cabrera, por motivos justosprep
: en el día es hacienda de labor de tiempo y de verano muy fértil”. No nos dice don José Remigio cuáles fueron los “motivos justos” de esta privatización de un sufrido pueblo de indios.
Tema también de microhistoria, propio de esta comarca cuya primera penetración hispana fue minera, es la decadencia presentada en la primera década del siglo XIX en toda América.
Dice Don Remo, el Cura que es al mismo tiempo economista, ecólogo, botánico, constructor, arquitecto, naturalista y agrónomo: “Esta preciosa porción del Curato estaba pocos años ha, emboscada, y ni aún sabían estos vivientes el tesoro que la Naturaleza tenía como escondido y reservado para estos Como antiguamente había mucha plata en las minas, creo, ni pensaban poder subsistir del trabajo de los campos; pero ahora que ha caído tanto aquel giro, así por la escasez y pobreza de los metales como también por la carestía y aun total falta de habilitadores, y escasez de azogues (se refiere al mercurio entonces usado para el proceso de amalgamación y que venía de las minas de Almadén en Andalucía o desde Huancavelica en la cordillera de Perú) y de otros materiales, están experimentando el fruto de sus trabajos (agrícolas) y la ventaja que les resulta a ellos, a sus familias, al Estado, a todo el público y aun a la Sta. Iglesia (pues este diezmatorio que antes no pasaba de 400 pesos, en el día rinde más de mil pesos) de la laboriosa aplicación a la agricultura”.
Aquí es donde entran las bellas consideraciones que hace de los animosos trabajos en el Remate, que era como el casco o centro de la hacienda de la Estancia, a cuatro leguas de San Sebastián. “Este es el más fértil no sólo de la Estancia sino también de toda la parroquia, así porque el Autor de la Naturaleza lo dispuso, como porque el sujeto que lo posee es el más laborioso que hay en todo el Curato.
Se llama Juan Estevan de Ysas. Yo quisiera, dice el Padre Sánchez, “elogiar como era justo, de los progresos y virtudes de este famoso feligrés, pero no viniendo al caso, sólo diré que él es un infeliz mulato de origen Tepatitleco; vino a esta tierra buscando en qué trabajar de operario muy pobre, y en el día tiene como 1600 pesos y en sus giros de caña, maíz, frijol, etcétera ocupa como treinta hombres. Es aplicado también a la cría y tiene un buen chinchorro de ganado mayor, algunas yeguas y caballos y como 80 mulas de carga y tiro”.
Un detalle curioso agroindustrial para los gustosos de la raicilla: dice nuestro autor, conocedor detallado de los más de cuarenta parajes de su parroquia, que recorría frecuentemente, que en el rumbo “abunda una especie de maguey que llaman pata de mula de que sacan vino o aguardiente, que para remedios tiene la misma eficacia que el de Tequila”. Creo que somos muchos los que no estamos de acuerdo con que se use sólo para remedios. También creo que el nombre de “pata de mula” se debe referir a sus efectos.
Si me atrevo a verle rasgos de ecólogo al Reverendo Padre Sánchez de Porres es porque, al describir los arroyos de su comarca eclesial, los alaba por su agua dulce “muy especial”, salvo el que baja del nororiente que “aunque en su origen es dulce, pero como se mezcla con el desagüe de la mina de San Francisco, se hace nociva y de muy mal gusto, por el alcaparrosa (o sulfato de cobre) que en los planes de aquella y esta unida a la que desecha la Hacienda de Artaza hace de mejor molienda a las haciendas más bajas”.
Quisiera yo seguir contándoles de Doña Rafaela Camacho, la dueña que fue del Real de Reyes, en la tierra caliente, en, un arrecife muy profundo al pie del Real y por la orilla del río. Dice el Padre Sánchez que “hace poco más de dos años (es decir en 1816) que hubo la desgracia de que se desplomó sobre de ella gran parte de dicho arrecife; quebró los dos malacates de desagüe y tapó patios, bocas y tránsitos, que no han podido volver a entrar a dicha mina”
No me queda claro si “sobre de ella” significa sobre Doña Rafaela o sobre la boca de la mina. Pero ya empezó la leyenda: la niña que nos guió hasta la entrada el año pasado, me contó que en la cueva vivió una señora hasta que murió.
Marzo 29, 2006.
Esteban Garaiz.