Hace menos de dos semanas cerca de 3 millones de niños y adolescentes mexicanos en 12 mil escuelas del país realizaron un espléndido ejercicio de ciudadanía creciente, la que la vida nos va dando día con día hasta que la ley nos reconoce la ciudadanía formal. Dos planteamientos sobresalieron de este ejercicio: un reclamo y un ofrecimiento generoso.
Como personas, como ciudadanos en ciernes, han reclamado ser oídos y tomados en cuenta en el entorno de su vida escolar, la que les afecta en su diario vivir. Por otro lado manifiestan su intención de compartir. Comprenden a fondo la vida pública y la convivencia.
Ellos son nuestra esperanza. Ellos son el ánimo de nuestra vida democrática y, a decir verdad, nuestro ejemplo. Porque mientras tanto muchos, no pocos, de nuestros profesionales de la política han dado en estos últimos meses el más vergonzoso ejemplo de lo que representa la actividad política y la han prostituido a los ojos de muchos ciudadanos, entre los que ha cundido el desaliento y la decepción por la cosa pública.
Hemos importado de las viejas y corruptas democracias, no muchos buenos ejemplos que todavía podrían darnos, sobre todo en el nivel de la participación comunitaria, sino las peores argucias, artimañas y trapacerías.
Se han violado de manera masiva y casi impune, invocando la libertad de expresión, las salvedades claramente establecidas en los artículos 6º y 7º de la Constitución Política y en los artículos 183, 185 y 186 del Código Electoral. Se ha incluso importado de otras latitudes profesionales de la porquería, de la calumnia y la denigración, violando doblemente la ley al provocar la participación de extranjeros en la vida política nacional y, naturalmente, escamotear esos gastos del escrutinio y fiscalización del Consejo General.
En medio de mi rabia como funcionario electoral y como ciudadano, quiero transmitir un mensaje de optimismo: todo esto no va impedir de ningún modo la participación de los ciudadanos y el ejercicio de la voluntad popular. La mayoría nacional hará prevalecer su voluntad y llegarán al poder y a la representación nacional aquellos que haya elegido el conjunto de los ciudadanos.
La convivencia política, como la economía o la salud, es un asunto de todos o de nadie. El egoísmo es un mal negocio. El egoísmo tiene que ser sustituido por el nosismo: el yo por el nosotros.
La rica pluralidad social de nuestra Nación estará reflejada en nuestra representación nacional. El Poder Legislativo, cada día más consolidado como poder republicano, recogerá en sus dos cámaras: el Senado de la República y la Cámara de Diputados, esa variedad política nacional.
La gobernabilidad nacional no corre ningún riesgo si hay talento político y deseo de confluencia. Los reclamos de las partes nacionales son perfectamente compatibles si hay un mínimo de oficio político y de buena fe en nuestros gobernantes y representantes. Que no se desvinculen del pueblo, de la gente que los eligió. Ser mandatario es ser mandadero.
No se podrán enviar iniciativas desde la minoría. Hay que saber someterlas al consenso y ajuste de la composición nacional. Nada más y nada menos les pedimos, les exigimos.
A todo el mundo le queda claro que entre las primeras tareas que tendrán al frente los cuerpos legislativos federales, estará una nueva reforma electoral para adecuarse a los nuevos tiempos.
No se puede dejar sin normar este nuevo fenómeno político de las precampañas abiertas al aire de toda la ciudadanía, cuando la ley todavía sigue considerándolas como procesos internos de cada partido y, en consecuencia, atribuyendo al IFE la fiscalización sólo a partir del registro oficial de candidatos.
Pero, sobre todo, no es justificable ni explicable que la ley siga sin prohibir expresamente, y bajo sanciones severas de carácter político, la referencia y descalificación impune y sistemática a los otros contendientes, en vez de cumplir con la obligación de informar a los ciudadanos sobre sus propuestas, para generar un voto razonado.
Hemos iniciado esta jornada histórica. Seguro que será para bien de México.
Como personas, como ciudadanos en ciernes, han reclamado ser oídos y tomados en cuenta en el entorno de su vida escolar, la que les afecta en su diario vivir. Por otro lado manifiestan su intención de compartir. Comprenden a fondo la vida pública y la convivencia.
Ellos son nuestra esperanza. Ellos son el ánimo de nuestra vida democrática y, a decir verdad, nuestro ejemplo. Porque mientras tanto muchos, no pocos, de nuestros profesionales de la política han dado en estos últimos meses el más vergonzoso ejemplo de lo que representa la actividad política y la han prostituido a los ojos de muchos ciudadanos, entre los que ha cundido el desaliento y la decepción por la cosa pública.
Hemos importado de las viejas y corruptas democracias, no muchos buenos ejemplos que todavía podrían darnos, sobre todo en el nivel de la participación comunitaria, sino las peores argucias, artimañas y trapacerías.
Se han violado de manera masiva y casi impune, invocando la libertad de expresión, las salvedades claramente establecidas en los artículos 6º y 7º de la Constitución Política y en los artículos 183, 185 y 186 del Código Electoral. Se ha incluso importado de otras latitudes profesionales de la porquería, de la calumnia y la denigración, violando doblemente la ley al provocar la participación de extranjeros en la vida política nacional y, naturalmente, escamotear esos gastos del escrutinio y fiscalización del Consejo General.
En medio de mi rabia como funcionario electoral y como ciudadano, quiero transmitir un mensaje de optimismo: todo esto no va impedir de ningún modo la participación de los ciudadanos y el ejercicio de la voluntad popular. La mayoría nacional hará prevalecer su voluntad y llegarán al poder y a la representación nacional aquellos que haya elegido el conjunto de los ciudadanos.
La convivencia política, como la economía o la salud, es un asunto de todos o de nadie. El egoísmo es un mal negocio. El egoísmo tiene que ser sustituido por el nosismo: el yo por el nosotros.
La rica pluralidad social de nuestra Nación estará reflejada en nuestra representación nacional. El Poder Legislativo, cada día más consolidado como poder republicano, recogerá en sus dos cámaras: el Senado de la República y la Cámara de Diputados, esa variedad política nacional.
La gobernabilidad nacional no corre ningún riesgo si hay talento político y deseo de confluencia. Los reclamos de las partes nacionales son perfectamente compatibles si hay un mínimo de oficio político y de buena fe en nuestros gobernantes y representantes. Que no se desvinculen del pueblo, de la gente que los eligió. Ser mandatario es ser mandadero.
No se podrán enviar iniciativas desde la minoría. Hay que saber someterlas al consenso y ajuste de la composición nacional. Nada más y nada menos les pedimos, les exigimos.
A todo el mundo le queda claro que entre las primeras tareas que tendrán al frente los cuerpos legislativos federales, estará una nueva reforma electoral para adecuarse a los nuevos tiempos.
No se puede dejar sin normar este nuevo fenómeno político de las precampañas abiertas al aire de toda la ciudadanía, cuando la ley todavía sigue considerándolas como procesos internos de cada partido y, en consecuencia, atribuyendo al IFE la fiscalización sólo a partir del registro oficial de candidatos.
Pero, sobre todo, no es justificable ni explicable que la ley siga sin prohibir expresamente, y bajo sanciones severas de carácter político, la referencia y descalificación impune y sistemática a los otros contendientes, en vez de cumplir con la obligación de informar a los ciudadanos sobre sus propuestas, para generar un voto razonado.
Hemos iniciado esta jornada histórica. Seguro que será para bien de México.
Esteban Garaiz.