Marzo 16, 2007
Esta debe ser la ocasión para que reconozca públicamente que soy objetor de conciencia. Cuando asisto a alguna ceremonia cívica en la que se entona el himno nacional, sólo canto la estrofa pacífica: “Ciña ¡oh Patria! tus sienes de oliva / de la Paz el Arcángel Divino / que en el Cielo tu eterno destino / por el dedo de Dios se escribió”. El grito de guerra me lo ahorro; y dejo a los soldados el “mas si osare”.
Pero me considero un patriota apasionado. El día que desde las instituciones se pretenda mellar la soberanía de la Nación mexicana, seré el primero en lanzarme a la calle a riesgo de libertad y vida.
Entiendo que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”. También entiendo que la Constitución es para la Nación mexicana y no viceversa. No soy de los que van a hacer idolatría de una entelequia. Pero hay valores y elementos troncales que no deben de ninguna manera cambiar en su esencia y espíritu.
Me voy a referir específicamente a los artículos 3º, 27, 123 y 130, que deben ser considerados, junto con las garantías individuales, como las verdaderas columnas de la convivencia nacional. Podrá cambiar en nuestra Carta Magna incluso nuestra forma de gobierno o la composición de las cámaras federales, pero la esencia de los artículos citados debe permanecer.
Cuando a raíz del voto universal, directo y secreto en 1917 pudieron votar todos los campesinos analfabetos ex peones siervos de las haciendas, que eran entonces el 80 por ciento de los mexicanos, su falta de escolaridad no les impidió entender intuitivamente que era de su interés votar por la educación gratuita y universal de sus hijos. Hoy muchos, muchísimos, de sus descendientes se desempeñan como doctorados en ingeniería, construcción, petróleo, medicina, biología y otras disciplinas, egresados del IPN y otras instituciones públicas y son orgullo de México; y el 90 por ciento de los descendientes de aquellos analfabetos tiene alguna escolaridad. Ese ha sido el verdadero y profundo cambio del país.
La propiedad de las tierras y aguas corresponde originalmente a la Nación; le corresponde igualmente el dominio directo de todos los recursos naturales de la plataforma continental y los zócalos submarinos; así como todos los yacimientos del subsuelo, y de manera específica los hidrocarburos.
Una buena parte de los países petroleros del mundo consideran igualmente a los hidrocarburos como propiedad nacional. En ninguno las empresas, públicas o privadas, pagan los derechos e impuestos que paga PEMEX a la Secretaría de Hacienda.
PEMEX es una empresa altamente competitiva a nivel internacional. Sus costos de producción fluctúan por los cuatro dólares por barril cuando el promedio internacional de costo productivo por cada barril rebasa los ocho dólares, es decir el doble. Entre enero y noviembre del año pasado 2006, PEMEX obtuvo más de 71 mil millones de dólares en ingresos brutos. De esos miles de millones, según el Banco de México, PEMEX pagó al gobierno federal, por concepto de impuestos y derechos, el 73 por ciento, la carga fiscal más alta del mundo.
De todos los ingresos que obtuvo la Secretaría de Hacienda en ese mismo año 2006, el 39 por ciento llegó de una sola empresa: PEMEX. México es, de los treinta países de la OCDE, no sólo el que menos impuestos recauda entre sus ciudadanos y empresas, sino que no llega ni a la mitad del promedio: la media de los países de la OCDE recauda 38.9 por ciento de su producto interno bruto; México escasamente recauda el 18 por ciento de su PIB y además en la manera más inequitativa, queriendo que todo salga del IVA.
Después decimos engañosamente que sólo nos quedan reservas para 17 años, queriendo dar a entender que es una empresa chatarra, de la que hay que deshacerse pronto. Cuando se debe decir reservas probadas, y no se le dan recursos a PEMEX para comprobar mediante exploración los enormes yacimientos que nuestros técnicos saben que existen en México. Petróleos Mexicanos, aun esquilmada por el fisco, sigue siendo la gallina de los huevos de oro.
Enfáticamente digo: nuestros yacimientos son el cuerpo de nuestra soberanía. El día que enajenemos nuestros hidrocarburos será el fin de la soberanía nacional.
Pero me considero un patriota apasionado. El día que desde las instituciones se pretenda mellar la soberanía de la Nación mexicana, seré el primero en lanzarme a la calle a riesgo de libertad y vida.
Entiendo que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”. También entiendo que la Constitución es para la Nación mexicana y no viceversa. No soy de los que van a hacer idolatría de una entelequia. Pero hay valores y elementos troncales que no deben de ninguna manera cambiar en su esencia y espíritu.
Me voy a referir específicamente a los artículos 3º, 27, 123 y 130, que deben ser considerados, junto con las garantías individuales, como las verdaderas columnas de la convivencia nacional. Podrá cambiar en nuestra Carta Magna incluso nuestra forma de gobierno o la composición de las cámaras federales, pero la esencia de los artículos citados debe permanecer.
Cuando a raíz del voto universal, directo y secreto en 1917 pudieron votar todos los campesinos analfabetos ex peones siervos de las haciendas, que eran entonces el 80 por ciento de los mexicanos, su falta de escolaridad no les impidió entender intuitivamente que era de su interés votar por la educación gratuita y universal de sus hijos. Hoy muchos, muchísimos, de sus descendientes se desempeñan como doctorados en ingeniería, construcción, petróleo, medicina, biología y otras disciplinas, egresados del IPN y otras instituciones públicas y son orgullo de México; y el 90 por ciento de los descendientes de aquellos analfabetos tiene alguna escolaridad. Ese ha sido el verdadero y profundo cambio del país.
La propiedad de las tierras y aguas corresponde originalmente a la Nación; le corresponde igualmente el dominio directo de todos los recursos naturales de la plataforma continental y los zócalos submarinos; así como todos los yacimientos del subsuelo, y de manera específica los hidrocarburos.
Una buena parte de los países petroleros del mundo consideran igualmente a los hidrocarburos como propiedad nacional. En ninguno las empresas, públicas o privadas, pagan los derechos e impuestos que paga PEMEX a la Secretaría de Hacienda.
PEMEX es una empresa altamente competitiva a nivel internacional. Sus costos de producción fluctúan por los cuatro dólares por barril cuando el promedio internacional de costo productivo por cada barril rebasa los ocho dólares, es decir el doble. Entre enero y noviembre del año pasado 2006, PEMEX obtuvo más de 71 mil millones de dólares en ingresos brutos. De esos miles de millones, según el Banco de México, PEMEX pagó al gobierno federal, por concepto de impuestos y derechos, el 73 por ciento, la carga fiscal más alta del mundo.
De todos los ingresos que obtuvo la Secretaría de Hacienda en ese mismo año 2006, el 39 por ciento llegó de una sola empresa: PEMEX. México es, de los treinta países de la OCDE, no sólo el que menos impuestos recauda entre sus ciudadanos y empresas, sino que no llega ni a la mitad del promedio: la media de los países de la OCDE recauda 38.9 por ciento de su producto interno bruto; México escasamente recauda el 18 por ciento de su PIB y además en la manera más inequitativa, queriendo que todo salga del IVA.
Después decimos engañosamente que sólo nos quedan reservas para 17 años, queriendo dar a entender que es una empresa chatarra, de la que hay que deshacerse pronto. Cuando se debe decir reservas probadas, y no se le dan recursos a PEMEX para comprobar mediante exploración los enormes yacimientos que nuestros técnicos saben que existen en México. Petróleos Mexicanos, aun esquilmada por el fisco, sigue siendo la gallina de los huevos de oro.
Enfáticamente digo: nuestros yacimientos son el cuerpo de nuestra soberanía. El día que enajenemos nuestros hidrocarburos será el fin de la soberanía nacional.
Esteban Garaiz