Esteban Garaiz
Para: Milenio
Adiós fraterno a Guillermo García Oropeza, insigne tapatío.
Totalmente cicatrizados, y herrumbrados por la arrolladora
vida silvestre están los centenarios derechos de vía tanto del ferrocarril
transístmico de Salina Cruz hasta Coatzacoalcos, como el ferrocarril del
Sureste, ahora renombrado Tren Maya.
La vida secular arrolladora de la selva ya hace largo tiempo
que hizo suyas ambas vías, como hace siglos se tragó los caminos del Viejo
Imperio Maya.
De día y de noche la vida brinca sobre las vías: la vegetal y
la animal, en plena convivencia con el paso esporádico del tren.
Allá por 1972-74, al caer la tarde en San Pedro Balancán,
Tabasco, llegaba jadeando el tren desde Mérida. Traía el único contacto con el
mundo exterior: el Diario de Yucatán, cuyos ejemplares se vendían desde el
convoy.
Los empleados destacados al Plan Balancán-Tenosique, de la
Comisión del Río Grijalva de la Secretaría de Recursos Hidráulicos, ya
bañaditos después de las arduas tareas en la selva, desprendidas del cuerpo las
garrapatas del día en la regadera con las salobres aguas de la Península,
salían al arribo del tren.
Los garroteros del Ferrocarril del Sureste eran también los
vendedores del periódico al anochecer. Desde el vagón gritaban cada día la
esperada broma: “¡Esos que cogen diario”! Así, entre risas y en serio, llegaba
el único contacto con el mundo exterior.
La dialéctica entre la vida de las comunidades peninsulares
de origen maya, el entorno selvático arrollador, y la esporádica interrupción
vespertina del mundo externo, evolucionaba en armónica convivencia, apacible.
Pretender generar confrontación, casi a punto de guerra,
ahora resulta menospreciable.
No estamos hablando, ni en el Istmo ni en la Península de
Yucatán, de comunidades aisladas, hurañas a causa de la agresión externa. No es
el caso de los Altos de Chiapas y su legítima actitud defensiva (“la burra no
era arisca; los palos la hicieron”).
Estamos hablando, en ambos casos, de comunidades bilingües,
de uso permanente de ambos idiomas; de vida diaria mestiza, asumida con toda
naturalidad: sin hostilidad. En el Istmo conservan igualmente su cultura
popular tan conocida: alegremente y abiertos al mundo.
Si los nuevos proyectos dan oportunidad a sus habitantes de
negociar mejores condiciones en materia de salud, educación y capacitación,
ingresos familiares y demás, resultará benéfico para todos.
Sobra decir que la Nación mexicana cuenta con un recurso natural
de privilegio al tener un paso estrecho entre el Océano Pacífico y el Atlántico
en el llamado Golfo de México.
Desde las formaciones nacionales y de la primera globalidad
el Istmo de Tehuantepec fue codiciado. Hoy su valor está potenciado por el
nuevo manejo de la carga internacional en contenedores cerrados, que los pueden
poner de puerto a puerto en menos de 5 horas.
Ahí están además las viejas vías sobre el trazo centenario
coexistiendo de tiempo atrás con las comunidades locales, integradas a la vida
nacional pacíficamente; al igual que con la vitalidad de la misma naturaleza:
“sin hostilidades ni exclusivismos”. Tan sencillo como renovarlas.
A ninguna de las grandes potencias se le oculta
que el paso de Tehuantepec representará una clara competencia con el canal de
Panamá