COMPETITIVIDAD: ALGUNAS REFLEXIONES Y PREGUNTAS.
08-01-08
A todo el mundo le queda claro que en este planeta de acelerada integración en todos los órdenes, de la cual no se puede sustraer nuestro país, nos puede llegar mañana un producto cualquiera de las antípodas, de Malasia, Sri Lanka, de Tombuctú o de la República Dominicana y resulta ser de mejor calidad y precio que el nuestro, a pesar de la distancia, que se acortó gracias a la tecnología: También sabemos porque continuamente nos lo recuerdan las instancias internacionales, que México está preocupantemente perdiendo competitividad internacional y que nos estamos quedando rezagados. También mentalmente rezagados porque seguimos hablando con inercia de “mano de obra barata”.
La competitividad de una economía nacional no se reduce a la competitividad de sus empresas, como plantean de manera reduccionista algunos dirigentes empresariales, que todo lo quieren ver en términos de “facilidades” que concretan en reducción de impuestos, laxitud en las leyes ambientales, menores salarios, nula responsabilidad en la capacitación laboral y subsidios públicos.
La verdadera competitividad, la que nos está dejando atrás en la carrera por los mercados y por la inversión, es la competitividad laboral. Para empezar, una pregunta: ¿ qué es lo que hace que el demeritado trabajador mexicano, considerado aquí flojo, irresponsable e indisciplinado, justo apenas cruza al norte del Río Bravo se convierta mágicamente en un excelente trabajador, resistente, arduo, sufrido, bienhecho y altamente eficaz?. Algo deben tener las tierras al norte de la frontera que transforman a esos “desobligados” de por aquí en “excellent manpower”. Por cierto que la expresión inglesa de “manpower” tiene un sentido humanístico que no tiene nuestro frío término de “mano de obra”. Pero, volviendo al punto ¿ tendrá algo que ver el aliciente de la remuneración? ¿ o el buen trato? ¿o la garantía de atención médica?.
Porque, de ser ése el caso, entonces quizás haya que replantear el tema de la competitividad en términos de bajos salarios. O si la magia está en las tierras al norte, entonces estamos fatalmente condenados a perder nuestras empresas productivas aquí para que todo el mundo se vaya al norte a ser productivo; y que sobrevivan sólo aquellas empresas que surten con sus productos precisamente a las familias que tienen poder adquisitivo gracias a las remesas que reciben de nuestros trabajadores allá. Dicho de otro modo: será que nuestro mercado interno – motor de cualquier economía sana – está condenado a sostenerse exclusivamente de las remesas del exterior.
Quizás haya que seguir preguntándose, a propósito de la remuneración al factor trabajo, por qué seguimos con un salario mínimo legal notoriamente disminuido en términos reales desde hace 25 años, casualmente la época en que hemos dejado de crecer en la economía nacional. ¿ La carreta delante de los bueyes?. Porque en todas las escuelas de ciencia económica la primera lección es que el motor y la dinámica de la economía es la demanda, o sea el poder adquisitivo de las familias que deriva del salario de los trabajadores.
Desde las esferas oficiales, en cambio, y desde organismo empresariales la visión es exactamente al revés: el aumento en el salario mínimo de ley desencadenaría un proceso inflacionario, porque representaría un aumento del circulante monetario sin aumentar la productividad. Además, se dice, ya casi nadie recibe salario mínimo. ¿ Entonces dónde está el temor? ¿ Por qué tanto horror y resistencia expresa a homologar y aumentar el salario mínimo a nivel nacional?.
Todos los días nos lo dicen los organismo internacionales: la competitividad sólo puede llegar el factor humano, o sea invirtiendo en preparación y capacitación del trabajador y generando aliciente mediante salarios remunerativos (“decentes” dice Naciones Unidas) y que al mismo tiempo generen mercado interno, que nos haga una economía más autónoma en medio de la globalidad.
La única,” mano de obra barata” es la que logra una alta productividad mediante la razonable inversión en el factor humano, e su salud, preparación y capacitación y en el aliciente salarial. Vean Corea, Hong Kong, Shanghai, Singapur, Irlanda, España, Portugal, República Dominicana, Venezuela, Argentina, Chile.
La competitividad de una economía nacional no se reduce a la competitividad de sus empresas, como plantean de manera reduccionista algunos dirigentes empresariales, que todo lo quieren ver en términos de “facilidades” que concretan en reducción de impuestos, laxitud en las leyes ambientales, menores salarios, nula responsabilidad en la capacitación laboral y subsidios públicos.
La verdadera competitividad, la que nos está dejando atrás en la carrera por los mercados y por la inversión, es la competitividad laboral. Para empezar, una pregunta: ¿ qué es lo que hace que el demeritado trabajador mexicano, considerado aquí flojo, irresponsable e indisciplinado, justo apenas cruza al norte del Río Bravo se convierta mágicamente en un excelente trabajador, resistente, arduo, sufrido, bienhecho y altamente eficaz?. Algo deben tener las tierras al norte de la frontera que transforman a esos “desobligados” de por aquí en “excellent manpower”. Por cierto que la expresión inglesa de “manpower” tiene un sentido humanístico que no tiene nuestro frío término de “mano de obra”. Pero, volviendo al punto ¿ tendrá algo que ver el aliciente de la remuneración? ¿ o el buen trato? ¿o la garantía de atención médica?.
Porque, de ser ése el caso, entonces quizás haya que replantear el tema de la competitividad en términos de bajos salarios. O si la magia está en las tierras al norte, entonces estamos fatalmente condenados a perder nuestras empresas productivas aquí para que todo el mundo se vaya al norte a ser productivo; y que sobrevivan sólo aquellas empresas que surten con sus productos precisamente a las familias que tienen poder adquisitivo gracias a las remesas que reciben de nuestros trabajadores allá. Dicho de otro modo: será que nuestro mercado interno – motor de cualquier economía sana – está condenado a sostenerse exclusivamente de las remesas del exterior.
Quizás haya que seguir preguntándose, a propósito de la remuneración al factor trabajo, por qué seguimos con un salario mínimo legal notoriamente disminuido en términos reales desde hace 25 años, casualmente la época en que hemos dejado de crecer en la economía nacional. ¿ La carreta delante de los bueyes?. Porque en todas las escuelas de ciencia económica la primera lección es que el motor y la dinámica de la economía es la demanda, o sea el poder adquisitivo de las familias que deriva del salario de los trabajadores.
Desde las esferas oficiales, en cambio, y desde organismo empresariales la visión es exactamente al revés: el aumento en el salario mínimo de ley desencadenaría un proceso inflacionario, porque representaría un aumento del circulante monetario sin aumentar la productividad. Además, se dice, ya casi nadie recibe salario mínimo. ¿ Entonces dónde está el temor? ¿ Por qué tanto horror y resistencia expresa a homologar y aumentar el salario mínimo a nivel nacional?.
Todos los días nos lo dicen los organismo internacionales: la competitividad sólo puede llegar el factor humano, o sea invirtiendo en preparación y capacitación del trabajador y generando aliciente mediante salarios remunerativos (“decentes” dice Naciones Unidas) y que al mismo tiempo generen mercado interno, que nos haga una economía más autónoma en medio de la globalidad.
La única,” mano de obra barata” es la que logra una alta productividad mediante la razonable inversión en el factor humano, e su salud, preparación y capacitación y en el aliciente salarial. Vean Corea, Hong Kong, Shanghai, Singapur, Irlanda, España, Portugal, República Dominicana, Venezuela, Argentina, Chile.
Esteban Garaiz