¿QUÉ PASO CON IBEROAMÉRICA? (II)
20-no-07
“De una vez y para lo venidero deben saber los vasallos del Gran Monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos del gobierno”.
Según cita el historiador jalisciense don Luis Pérez Verdía en su Compendio de la Historia de México, eso fue lo que dijo el vicerrey de la Nueva España el 26 de junio de 1767 cuando el pueblo amotinado salió a las calles a expresar su repudio por la expulsión de los jesuitas, ya que el rey Carlos III había sido persuadido de que “eran un peligro para España y sus colonias”, porque predicaban la subversiva doctrina de la soberanía popular siguiendo las ideas de Francisco de Vitoria.
No he podido evitar que mi subconsciente me traicionara y me trajera a colación estas solemnes sentencias de don Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, virrey por la gracia del rey, que era rey por la gracia de Dios, al oír por muy diversos medios las palabras del tataranieto, o algo así, de Carlos III, diciéndole a un jefe de estado, par suyo según el derecho internacional, “¿ por qué no te callas?”.
A callar y obedecer; y que la criada le salió respondona, como decían nuestras democráticas abuelas. “Nunca más callaremos y menos a la voz de un monarca. España debe entender que el mundo ha cambiado”. No creo que el coronel Hugo Chávez, presidente de Venezuela por elección notoriamente mayoritaria, sea especialmente afecto al manual de buenos modales de Carreño. Pero ello no le resta ni un ápice de verdad a sus dichos. Habla recio, como todos los pueblos libres. Los pueblos que hablan en voz baja arrastran un subconsciente de súbditos.
Hugo Chávez ya sabe ahora por qué quiere el rey que se calle. Deduce el llanero atrabancado que si el embajador español Manuel Viturro, en tiempos de la presidencia de José María Aznar, fue cómplice del embajador de los Estados Unidos de América en el fracasado golpe de estado en su contra en el 2002, el rey de España, jefe del estado español, no pudo sino estar al tanto previamente.
En todo caso, es claro que el mundo ha cambiado y que hay en Iberoamérica una profunda grieta entre quienes piensan como el rey y quienes piensan como doce presidentes iberoamericanos. Digo pensar para actuar; y eso explica la confrontación y el “incidente”.
No hay sociedad moderna y avanzada en el mundo, con auténtica igualdad de oportunidades como proponía Abraham Lincoln, que no haya pasado por una reforma agraria con las peculiaridades de cada quien. La más sangrienta de todas fue, sin duda, la guerra civil por 1860 en los Estados Unidos de América, que desbarató el régimen de plantaciones algodoneras del Sur con mano de obra esclava y producto de exportación a la exmetrópoli, la Gran Bretaña; lo que sirvió para reorientar el algodón a la industria yanqui y ampliar el mercado interno, que es la clave de la prosperidad norteamericana.
Cada país iberoamericano fue resolviendo, o aplazando, el problema de la concentración de la tierra y de la necesaria liberación de la mano de obra campesina según sus propias circunstancias geográficas e históricas.
El tema agrario es el problema de base en cada uno de los países iberoamericanos. Condición indispensable es resolverlo para constituir una verdadera república que ofrezca de arranque la igualdad de oportunidades para todos, sean descendientes de los peninsulares, sean mestizos, descendientes de esclavos africanos, de los naturales americanos, o de cualquier otro origen. Tal como quería José María Morelos.
Porque, además, en esa estructura agraria arcaica, casi feudalismo transplantado, que las dos potencias coloniales ibéricas dejaron establecida en sus posesiones de América, se incrustó la inserción en el mercado mundial capitalista mediante algún monoproducto según región. Algunos de ellos desde la propia época colonial, como la plata de Perú y de la Nueva España, el azúcar de Brasil y Cuba; carne seca y cueros del Río de la Plata. En otros casos, ya en la época independiente, Brasil y Colombia con el café, Chile con el cobre, Perú con el guano para fertilizante, Ecuador y Centroamérica con el banano, Colombia con el oro y las esmeraldas, Sonora con el cobre (recordemos que Cananea fue uno de los detonadores de la Revolución Mexicana); Cuba con los ingenios azucareros primero y la “recreación” después.
No se trata de desarrollo económico propio, interno, aprovechando las ventajas comparativas. Se trata de enclaves exteriores de la economía mundial capitalista, con iniciativa y capital externos, con cuadros técnicos extranjeros (y hasta guardias propias) y mano de obra nativa explotada; enclaves enquistados que distorsionan estructuras económicas, sociales, culturales y políticas del país, imponiendo leyes y gobiernos a su servicio, con golpes de estado o por la vía “democrática” inducida. El ejemplo paradigmático es el de las “repúblicas bananeras”, así apodadas con todo respeto por los centros del poder real.
Seguiremos hablando sobre el tema.
Según cita el historiador jalisciense don Luis Pérez Verdía en su Compendio de la Historia de México, eso fue lo que dijo el vicerrey de la Nueva España el 26 de junio de 1767 cuando el pueblo amotinado salió a las calles a expresar su repudio por la expulsión de los jesuitas, ya que el rey Carlos III había sido persuadido de que “eran un peligro para España y sus colonias”, porque predicaban la subversiva doctrina de la soberanía popular siguiendo las ideas de Francisco de Vitoria.
No he podido evitar que mi subconsciente me traicionara y me trajera a colación estas solemnes sentencias de don Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, virrey por la gracia del rey, que era rey por la gracia de Dios, al oír por muy diversos medios las palabras del tataranieto, o algo así, de Carlos III, diciéndole a un jefe de estado, par suyo según el derecho internacional, “¿ por qué no te callas?”.
A callar y obedecer; y que la criada le salió respondona, como decían nuestras democráticas abuelas. “Nunca más callaremos y menos a la voz de un monarca. España debe entender que el mundo ha cambiado”. No creo que el coronel Hugo Chávez, presidente de Venezuela por elección notoriamente mayoritaria, sea especialmente afecto al manual de buenos modales de Carreño. Pero ello no le resta ni un ápice de verdad a sus dichos. Habla recio, como todos los pueblos libres. Los pueblos que hablan en voz baja arrastran un subconsciente de súbditos.
Hugo Chávez ya sabe ahora por qué quiere el rey que se calle. Deduce el llanero atrabancado que si el embajador español Manuel Viturro, en tiempos de la presidencia de José María Aznar, fue cómplice del embajador de los Estados Unidos de América en el fracasado golpe de estado en su contra en el 2002, el rey de España, jefe del estado español, no pudo sino estar al tanto previamente.
En todo caso, es claro que el mundo ha cambiado y que hay en Iberoamérica una profunda grieta entre quienes piensan como el rey y quienes piensan como doce presidentes iberoamericanos. Digo pensar para actuar; y eso explica la confrontación y el “incidente”.
No hay sociedad moderna y avanzada en el mundo, con auténtica igualdad de oportunidades como proponía Abraham Lincoln, que no haya pasado por una reforma agraria con las peculiaridades de cada quien. La más sangrienta de todas fue, sin duda, la guerra civil por 1860 en los Estados Unidos de América, que desbarató el régimen de plantaciones algodoneras del Sur con mano de obra esclava y producto de exportación a la exmetrópoli, la Gran Bretaña; lo que sirvió para reorientar el algodón a la industria yanqui y ampliar el mercado interno, que es la clave de la prosperidad norteamericana.
Cada país iberoamericano fue resolviendo, o aplazando, el problema de la concentración de la tierra y de la necesaria liberación de la mano de obra campesina según sus propias circunstancias geográficas e históricas.
El tema agrario es el problema de base en cada uno de los países iberoamericanos. Condición indispensable es resolverlo para constituir una verdadera república que ofrezca de arranque la igualdad de oportunidades para todos, sean descendientes de los peninsulares, sean mestizos, descendientes de esclavos africanos, de los naturales americanos, o de cualquier otro origen. Tal como quería José María Morelos.
Porque, además, en esa estructura agraria arcaica, casi feudalismo transplantado, que las dos potencias coloniales ibéricas dejaron establecida en sus posesiones de América, se incrustó la inserción en el mercado mundial capitalista mediante algún monoproducto según región. Algunos de ellos desde la propia época colonial, como la plata de Perú y de la Nueva España, el azúcar de Brasil y Cuba; carne seca y cueros del Río de la Plata. En otros casos, ya en la época independiente, Brasil y Colombia con el café, Chile con el cobre, Perú con el guano para fertilizante, Ecuador y Centroamérica con el banano, Colombia con el oro y las esmeraldas, Sonora con el cobre (recordemos que Cananea fue uno de los detonadores de la Revolución Mexicana); Cuba con los ingenios azucareros primero y la “recreación” después.
No se trata de desarrollo económico propio, interno, aprovechando las ventajas comparativas. Se trata de enclaves exteriores de la economía mundial capitalista, con iniciativa y capital externos, con cuadros técnicos extranjeros (y hasta guardias propias) y mano de obra nativa explotada; enclaves enquistados que distorsionan estructuras económicas, sociales, culturales y políticas del país, imponiendo leyes y gobiernos a su servicio, con golpes de estado o por la vía “democrática” inducida. El ejemplo paradigmático es el de las “repúblicas bananeras”, así apodadas con todo respeto por los centros del poder real.
Seguiremos hablando sobre el tema.
Esteban Garaiz