GANDHI, MARCHAS Y PLACAZOS.
2007-11-02
Al poder constituído no le gustan las marchas. Pero en México las marcas y los plantones son la más genuina expresión de la democracia; y probablemente la más eficaz con que contamos los ciudadanos. Será nuestro primitivo nivel de cultura democrática; o será que la burra no era arisca, que los palos la hicieron. Será quizás que en la inercia de nuestro sentir colectivo todavía no creemos bien a bien en la eficacia real de la soberanía electoral ni en la del voto emitido periódicamente en las urnas. O será que cuando comenzábamos a creer en él, de repente volvimos a desilusionarnos.
El hecho real es que la gente, el pueblo, la ciudadanía, la masa, en México le tiene más confianza a la eficacia de la manifestación callejera como ejercicio de soberanía. Como una especie de plebiscito o de referéndum no formal ni reglamentado; pero sí establecido en el artículo 6º. De la Constitución el derecho de manifestación como una de las garantías ciudadanas.
Quienes se manifiestan libremente y pacíficamente en marchas y plantones no son violentos ni “renegados”, como se ha pretendido difundir en los años recientes por aquellos a quien incomoda la toma de conciencia de los ciudadanos, que reclaman a sus mandaderos o mandatarios. Quienes en el fondo se invisten difusamente de una especie de autoridad divina y no la que deriva precisamente del mandato popular que recibieron del voto ciudadano.
Claro está que toda garantía constitucional tiene su “siempre y cuando”. En esencia mis derechos terminan donde empiezan los de más. Pero no estará demás recordar que los automóviles no son ciudadanos con derechos constitucionales como la libertad de tránsito.
No puedo evitar la evocación de Mahatma Gandhi. Desobedeció pacíficamente leyes imperiales que no habían sido aprobadas por su pueblo. Marchó hacía el mar a producir sal, lo que estaba prohibido por la ley del Imperio. La violencia vino del poder constituído. Gandhi y sus seguidores fueron apaleados y encarcelados. Al final, los británicos, que alardeaban en su mundo de regirse democráticamente, tuvieron que ceder. El apóstol de la no violencia logró con marchas y plantones desarmados la independencia de la India.
Hace 31 años me atreví a decir, en forma genérica, ante el entonces candidato a la Presidencia de la República, José López Portillo: “Toda tarea de gobierno es también – y yo diría que primordialmente- una tarea política: esto es lo que no entienden los tecnócratas ( en realidad este error es, por definición, la esencia de la democracia). Gobernar supone y necesita un continuo referéndum, donde los distintos sectores populares aprueban una a una las decisiones del grupo gobernante. En ocasiones dan a entender su desaprobación; y es aquí donde la sensibilidad política de un buen gobierno puede y debe de inmediato rectificar el rumbo”.
Dije también que “la democracia del voto, exclusivamente es como la caridad de la limosna; mocha y superficial. La verdadera democracia requiere una continua participación política, es decir la capacidad de que el pueblo organizado influya en las decisiones políticas que lo afectan”.
Creo modestamente, al recordar las aduladoras desaprobaciones que provocaron estos comentarios poco acostumbrados en aquellos tiempos, que todavía siguen vigentes en estos tiempos de pluralidad y todavía no muy consolidada alternancia.
Por eso considero que es de felicitarse que desde el gobierno se haya escuchado la voz de los ciudadanos expresada en pintas, correos, artículos, marchas y plantones y se haya tenido el valor civil (y no la claudicación, como sienten las manos duras sin cerebro) y se haya rectificado el rumbo después de una desafortunada, y desleal decisión política, además de inconsulta, que afectaba la vida de un importe sector de la población.
Esteban Garaiz.
P.D. Mi abrazo solidario a los casi paisanos tabasqueños. El tiempo permitirá analizar sin pasión qué tanto es atribuible esta tragedia a la naturaleza y cuánto al desfogue intempestivo de Peñitas y por causa de la corrupción.